La sequía en Kenia, una emergencia sin fin

El agua se ha terminado en el pueblo keniano de Maalimin. Los abrevaderos se han secado. Y los pozos. A pesar de los llamamientos de las ONG, las consecuencias de la peor sequía de los últimos 40 años siguen extendiéndose en el Cuerno de África, dejando un rastro de suelos estériles y hambre.

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La escasez de agua ha matado a todas las cabras de Zainab Mohammud, de 32 años. Tenía alrededor de cincuenta. Después de criarlas, solía venderlas en un mercado local.

Nunca obtenía mucho dinero. Usaba sus beneficios para comprar comida o pagar las tasas escolares de sus seis hijos. Era una vida humilde. Y, sin embargo, la echa de menos. Ahora no le queda nada.

En el modesto centro de salud de Maalimin, en el condado de Garissa (este), Mohammud mira con preocupación a uno de sus hijos, Abdirahim Bishar, de dos años.

Su pequeño está enfermo. Los médicos le diagnosticaron malnutrición aguda, así que acude todas las semanas a este centro para recoger unos suplementos alimenticios.

“En ocasiones, pasamos uno o dos días sin comer. Los niños lloran, pero no puedo hacer nada”, dice Mohammud con un hilo de voz, como si intentase disculparse por la situación de sus hijos.

“No tengo ingresos desde que mis animales se murieron de sed”, agrega Mohammud, cuyos hijos no son los únicos niños en este ambulatorio.

Alrededor de las mesas donde los médicos escuchan a sus pacientes se apelotonan decenas de mujeres, que esperan su turno en una cola desorganizada. Muchas de ellas llevan en sus brazos niños delgadísimos, con la piel pegada en los huesos.

Sin descanso, los trabajadores sanitarios miden el diámetro de los brazos de esos pequeños con unas cintas métricas especiales. Los más pequeños empiezan a llorar, asustados.

Esta clínica abarrotada de menores malnutridos solamente es la punta de un iceberg. Los números son desalentadores. Según los datos del Gobierno de Kenia, más de 4,35 millones de kenianos pasan hambre y necesitan ayuda humanitaria.

Además, al menos 942.000 niños de seis a 59 meses de edad padecen desnutrición aguda, una dolencia que debilita el sistema inmunológico de los que la padecen, poniéndolos en riesgo de contraer otras enfermedades e incluso morir.

Pero, en mitad de este caos, los doctores confirman que el pequeño Abdirahim está recuperándose rápido: el grosor de sus brazos ha aumentado durante las últimas semanas, un síntoma que señala una mejora esperanzadora.

En este caso, los esfuerzos de los trabajadores sanitarios están dando resultados.

Deseperación y ataques armados

“Las personas que aún tienen vacas o cabras se han marchado a otros condados en busca de agua. Sólo nos hemos quedado los que perdimos todo. Ahora dependemos de la caridad de las ONG”, comenta a EFE Hibo Mohammed, de 54 años.

Mohammed, como el resto de sus vecinos, debe usar sus escasos ahorros para comprar agua a comerciantes que la transportan en camiones cisterna desde el río Tana, a más de cien de kilómetros de Maalimin.

Mohammed es una persona curiosa. Escucha las noticias en la radio. Pero lo que más le gusta es asomarse al resto del mundo a través de su teléfono móvil inteligente. Por eso, atribuye la escasez de lluvias a la crisis climática.

“La crisis climática es culpable de esta situación. La contaminación de los países ricos está cambiando el clima. Pero también es responsabilidad de nosotros mismos. En vez de ayudarnos unos a otros, estamos matándonos, nos oprimimos, lo que está enojando a Dios”, lamenta.

Además de preocuparle el hambre, este hombre observa con desasosiego la violencia. El número de ataques en esta zona, asegura, está creciendo. Son pastores desesperados que, después de perder a sus animales, usan armas de fuego -a menudo, fusiles de asalto- para robar a otras comunidades.

No es difícil encontrar armas en Garissa, en ocasiones introducidas a través de las fronteras porosas que comparte con la vecina Somalia.

“Hemos perdido muchas vidas por culpa de estos ataques, tanto de animales como de humanos”, señala Mohammed mientras niega con la cabeza.

Llamamiento a la acción

A mediados del pasado mes, el vicepresidente de Kenia, Rigathi Gachagua, se reunió con los socios de cooperación del país en Maalimin.

Todos coincidieron en la necesidad de pasar a la acción con rapidez.

"Es el momento de actuar para asegurarnos de que no perdemos más vidas", destacó el vicepresidente keniano en un evento público al que acudieron centenares de curiosos.

Sin embargo, el representante de la ONU en Kenia, Stephen Jackson, señaló la necesidad de movilizar más medios e hizo un llamamiento a la comunidad internacional.

La escasez de agua en Kenia se repite en otros países de la región del Cuerno de África, como Etiopía, Somalia, Yibuti y algunas partes de Uganda; donde millones de personas pasan hambre.

"Si las tendencias continúan, pronto observaremos la quinta temporada consecutiva de lluvias en la que lloverá poco o nada, y eso es algo que literalmente nunca hemos visto antes en Kenia", advirtió Jackson.

“Lo que sabemos con certeza -añadió- es que la emergencia por la sequía actual, que ya es nefasta, está volviéndose todavía más profunda y grave”.

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