Gustavo Petro y la larga espera de la izquierda para gobernar Colombia

Gustavo Petro asume este domingo como primer presidente de izquierdas de Colombia, culminando una senda de la que otros predecesores con sus mismas ideas fueron expulsados, después de que sufrieran persecuciones, amenazas e incluso asesinatos.

Gustavo Petro, presidente electo de Colombia.Carlos Ortega
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La llegada de un exguerrillero a la Presidencia de Colombia -aunque a Petro le gusta más que le llamen revolucionario- es casi tan significativa como el hecho de que ahora tendrá a mano la espada de Simón Bolívar, que la guerrilla que él mismo integró, el Movimiento 19 de Abril (M-19), robó hace 48 años de la céntrica Quinta de Bolívar.

Tras la desmovilización de esta guerrilla urbana, la espada fue devuelta al Estado y ahora está custodiada en la Casa Nariño, que a partir de este 7 de agosto y por cuatro años ocupará el nuevo presidente.

La demonización de la izquierda

Petro ha logrado algo que hace unas décadas era impensable. Carlos Pizarro, excomandante del M-19 y el primer exguerrillero que se presentaba a la Presidencia, fue asesinado en 1990 cuando la intención de voto le daba un 60 %, en un crimen que se ha atribuido al Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), la desmantelada agencia de inteligencia.

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“Los mejores cuadros -hombres y mujeres- de la izquierda colombiana murieron en el intento, fueron asesinados por sus creencias, por su ideología, por sus posturas políticas”, recuerda a Efe la hija de este líder, María José Pizarro, senadora por la formación de Petro, el Pacto Histórico.

No fue un caso aislado. En esa misma campaña, el candidato de la Unión Patriótica (un partido de izquierdas surgido tras un intento fallido de paz con las FARC en 1985), Bernardo Jaramillo Ossa, también fue asesinado. Su partido, la UP, sufrió un genocidio que la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que tiene un caso judicial abierto para juzgarlo, ha cifrado en 5.195 los militantes asesinados o desaparecidos.

“Es un hecho histórico después de dos siglos prácticamente de hegemonías de unos partidos tradicionales que han intentado destruir un proceso democrático desde hace muchos años, asesinando a la oposición política”, subraya a Efe la presidenta de la UP, ahora integrada en la coalición del futuro Gobierno, Aída Avella, que estuvo más de 15 años exiliada tras sufrir un atentado.

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Es normal que "en un país haya diferentes opiniones políticas", señala Avella, pero en Colombia no lo era y se pagaba con la vida la militancia en ciertos partidos.

Por más de 30 años hubo un “liderazgo acéfalo” de la izquierda, dice Pizarro, y aunque se conquistaron escenarios de poder, como la Alcaldía de Bogotá que el mismo Petro ocupó, no les dieron “la oportunidad de un relevo generacional”.

Ese relevo y ese despegue de la izquierda comenzó en 2018, cuando Petro quedó segundo en las presidenciales y "llegó una nueva camada de la izquierda" al Congreso, como define Pizarro. Lo permitió el acuerdo de paz con las FARC de 2016, el hartazgo de los ciudadanos con la política tradicional, con la corrupción, pero también las multitudinarias protestas de 2019 y 2021.

Un gobierno para todos

Partidarios del presidente electo colombiano Gustavo Petro durante el cierre de campaña en Bogotá, el pasado 29 de mayo.

“La verdadera historia que se está escribiendo en este país se está escribiendo aquí, donde obreros, campesinos, intelectuales no están dispuestos a arrodillarse ante el sistema”, decía a las filas del M-19 su fundador, Jaime Bateman. Un discurso que se parece a los lanzados por Petro en campaña, ante las plazas repletas, o también por la vicepresidenta electa, Francia Márquez, cuando apelaba a los “nadies”.

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Las ideas esenciales de Petro, las de combatir el hambre y la desnutrición que pueblan Colombia o la necesidad de conversar, se parecen a las de Bateman de hace casi medio siglo, que hablaba de que “el pueblo se está muriendo de hambre” o planteaba “el diálogo entre los colombianos”.

Separado ya de las ideas más radicales y en la senda del pragmatismo, Petro se ha volcado a una idea central para su Gobierno: un acuerdo nacional donde quepan la mayoría de colombianos, incluso los que no votaron por él.

Así, entre los nombramientos en su gabinete ha premiado la experiencia -sobre todo en edad-, eligiendo a gente de todo símbolo como al conservador Álvaro Leyva en la Cancillería, un hombre con andadura en negociaciones de paz, o a la liberal Cecilia López en Agricultura, que tendrá por delante la amplia tarea de la reforma agraria tan prometida y tan poco cumplida en Colombia.

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Y también algunos más simbólicos, como el de Leonor Zalabata, una mujer indígena, al frente de la diplomacia con la ONU, o para priorizar el medioambiente en las relaciones con Estados Unidos, al exministro de Medioambiente Luis Gilberto Murillo, en la embajada en Washington.

De momento, el presidente electo también se ha garantizado una mayoría en el Congreso, con el apoyo de diversas facciones políticas, lo que en principio le dejará impulsar las principales medidas que quiere emprender, como la reforma tributaria con la que pretende recaudar 50 billones de pesos (unos 11.500 millones de dólares) atacando evasores y personas de altos ingresos.

Las aspiraciones de Petro también pasan por retomar las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), una política medioambiental ambiciosa para una transición energética que saque a Colombia de la dependencia del carbón y el petróleo, la citada reforma agraria o medidas para la seguridad alimentaria y que impulsen la producción de alimentos en el país.

Pizarro augura, no obstante, que “no va a ser fácil”. “Hoy tenemos una coalición amplísima de gobierno pero tendremos que ver qué tanto dura este matrimonio feliz y si empieza a desquebrajarse porque en algunas posiciones tenemos intereses completamente diferentes”, reconoce.

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