El 17 de febrero de 2011, a la estela de las protestas ciudadanas que sacudían Túnez, Egipto, Siria o Yemen, miles de libios convocados a través de las redes sociales salieron a las calles para exigir reformas y el fin de los abusos del clan Al Gadafi, conocido tanto por su estrambótica naturaleza como por su codicia y crueldad.
Sin embargo, pronto perdieron el control de las mismas: primero a manos de grupos de opositores en el exilio que retornaron a Libia apoyados desde Londres, París y Washington, cargados de armas, como el mariscal Jalifa Hafter, ahora uno de los hombres más influyentes del país.
Antiguo miembro de la cúpula golpista que aúpo a Al Gadafi, Hafter fue reclutado por la CIA a finales de la década de los ochenta después de que una humillante derrota militar en Chad fuera aprovechada por el tirano para purgar a uno de los militares que amenazaba su poder.
El mariscal, que se exilió en Virginia y obtuvo la nacionalidad estadounidense, regresó a Libia en marzo de 2011 al frente de un grupo de hombres y en los años siguientes cabildeó entre las distintos grupos rebeldes hasta lograr ser nombrado jefe del antiguo Ejército Nacional Libio (LNA) y convertirse en el tutor del Parlamento electo y el gobierno no reconocido en el este.
" Hafter no fue el único. Otros líderes políticos actuales, tanto en el este como en el oeste y el sur, llegaron de fuera. Los libios que sufrimos la dictadura nos quedamos sin margen mientras las milicias se multiplicaban y asumían el control " , explica Mohamad al Turki, antiguo militar y socio de una de una empresa de Seguridad local.
" Las milicias son hoy el principal problema. No solo porque a falta de Policía y Ejército son necesarias para cualquier gobierno. También porque dinamizan una economía basada en la guerra y el contrabando. Las armas y el petróleo son los únicos recursos de un país que no produce nada e importa prácticamente todo " , argumenta a Efe un analista militar europeo destinado en Trípoli.
Injerencia extranejra
Segundo, por la intervención de las potencias extranjeras: apenas un mes después de iniciada la revuelta, y en pleno avance de las tropas gadafistas, unidades navales de la OTAN y aviones de combate franceses bombardearon el oeste de Libia para evitar que a golpe de tanque y represión recuperaran las posiciones alcanzadas por los distintos grupos rebeldes.
Francia, pero también Italia y Estados Unidos, fueron igualmente esenciales en la composición del primer Gobierno de Transición libio, que tutelaron, y que logró cierto grado de estabilidad hasta las elecciones legislativas de 2014, fecha en la que el conflicto entre el islam político, próximo a la ideología de los Hermanos Musulmanes primigenios, y el salafismo radical contrarreformista impulsado por Arabia Saudí, quebró el país.
Una división que desembocó en guerra civil después de que la ONU impulsara un fallido proceso de paz y forzara la creación de un Gobierno de Acuerdo Nacional no electo en Trípoli (GNA) , reconocido por la comunidad internacional pero no por la mayoría de los libios.
En abril de 2019, Hafter, con la ayuda militar y económica de Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Rusia, y el apoyo político de Francia, levantó un asedió a la capital para arrebatársela al GNA, objetivo que evitó Turquía con el envió de soldados y miles de mercenarios sirios reclutados entre los grupos islamistas de oposición al presidente, Bachar al Asad.
Nuevos, jugadores, nuevo intento
Turquía y Rusia, países que no aparecían en los primeros días de la revolución, son diez años después los actores principales de una guerra que ha devenido en un conflicto multinacional y que es, junto al contrabando de personas, combustible y otros productos el motor de la economía nacional.
Ambos gestaron en septiembre el alto el fuego que permitió a la ONU emprender un mes después el actual proceso de paz.
Al igual que en 2015, Naciones Unidas ha propiciado la formación de un nuevo Gobierno de Unidad Nacional (GUN) transitorio con el objetivo de celebrar elecciones a final de año.
Su líder, Mohammad Menfi, un hombre con fuertes lazos con Ankara, llegó hoy a Trípoli en medio del optimismo de la comunidad internacional y la desconfianza de la población, que cree que desde hace tiempo ya no es dueña de su destino.