(Disponible en Netflix)
En su fascinante nueva película El Conde, el cineasta chileno Pablo Larraín imagina a una de las figuras autoritarias más infames de Sudamérica como un vampiro centenario, en un filme que envuelve un núcleo de ira incandescente con un manto de frío y amargo desdén.
En la ficción de la película, Augusto Pinochet (Jaime Vadell) es un vampiro inmortal oriundo de la Francia de la pre-revolución, quien luego de haber gobernado como dictador de Chile durante décadas y fingir su muerte en 2006 vive recluido en una remota granja con su esposa Lucía (Gloria Münchmeyer) y su mayordomo ruso Fyodor (Alfredo Castro). Deseosos de recibir su herencia, los hijos de Pinochet lo visitan y traen consigo a Carmen (Paula Luchsinger), una monja que planea exorcizar al exdictador y acabar con su vida eterna.
Con una hermosa presentación en blanco y negro intencionalmente bajo en luminosidad, Larraín evoca los clásicos de terror gótico vampírico.
Pero su vampiro protagónico no es presentado como el arquetipo clásico del poderoso seductor, sino como un ser patético, aún un lacayo de la monarquía francesa siglos después de su erradicación al filo de la guillotina, encadenado a una guerra ideológica que ni siquiera parece tener el vocabulario para explicar más allá de generalizaciones sobre “los rojos”; resentido con un país que escupe sobre su memoria llamándolo ladrón al mismo tiempo que admite libremente sus robos (también lo llaman asesino pero eso no le molesta), al mismo tiempo que escupe débiles excusas para sus crímenes mientras sus hijos conspiran en torno a una herencia de bienes mal habidos, escondidos en cuentas olvidadas en bancos de paraísos fiscales.
Incluso la narradora de la película, una mujer que habla en inglés y que es cómicamente parcial en su deferencia al “Conde”, habla de él como una madre hablaría de un niño con pocas luces; una gárgola caprichosa y resentida por no encontrar monumentos a su persona en los pasillos de su antigua sede de gobierno.
Pero la ira de la película no está exclusivamente concentrada en la figura del dictador Pinochet, sus herederos y colaboradores a quienes, por medio de Carmen – quien a lo largo de la película realiza una auditoría de las finanzas de la familia mientras prepara su misión secreta – les espeta sus crímenes de saqueo a la sociedad chilena con venenosa ironía y falsas sonrisas. Después de todo, dictaduras como la de Pinochet – o la de Stroessner, o las demás que envenenaron el subcontinente el siglo pasado – no se sostienen por sí solas, sino por una combinación tóxica de servilismo, estupidez, falta de escrúpulos e intereses políticos o religiosos internacionales activamente afines o pasivamente favorables.
Luego de una hora y media de un ritmo relativamente relajado – aunque no aburrido –, la película desciende en un clímax repentinamente caótico de una forma que da menos una impresión de caos controlado y más una de que a Larraín se le escapan un poco de las manos las riendas de la película.
Los eventos de ese final son un subrayado bastante fuerte y efectivo de los temas y giros que la película ha estado sembrando antes, y algunos de sus momentos son instantes genuinamente brillantes de brutal comedia negra – en particular, la revelación de quién es la narradora inglesa de la película es hilarante -, pero es innegable que esa parte final está un poco sobrecargada de exposición y una rápida seguidilla de acontecimientos que quizás podían tener un poco más de peso agregándole unos diez minutos más de duración a la película.
Pero incluso ese ligero tropiezo al final no es suficiente para desmerecer la potencia de El Conde como una sátira que es el producto inconfundible de una sociedad que ha sufrido por décadas bajo el dominio de monstruos e hijos de monstruos. Una tragicomedia eminentemente sudamericana.
Calificación: 4/5
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EL CONDE
Dirigida por Pablo Larraín
Escrita por Pablo Larraín y Guillermo Calderón
Producida por Rocío Jadue y Juan de Dios Larraín
Edición por Sofía Subercaseaux
Dirección de fotografía por Edward Lachman
Elenco: Jaime Videll, Gloria Münchmeyer, Paula Luchsinger, Alfredo Castro, Catalina Guerra, Marcial Tagle, Amparo Noguera, Diego Muñoz, Antonia Zegers, Stella Gonet