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Incluso en un año tan caótico e impredecible como 2020, algunas cosas se mantienen consistentes, como el hecho de que Disney acabó lanzando otra “remake” más de uno de sus clásicos animados que no logra ser más que una versión inferior al filme que la inspiró.
Esta vez le tocó el turno a Mulan, un filme que a menudo se ve ligeramente opacado por el resto de la filmografía de los estudios de animación de Disney en los ’90, a la sombra del esplendor de La Bella y la Bestia o El Rey León, la influencia de Aladdin o la admirable ambición de El jorobado de Notre Dame, pero que aplicaba la calidad intachable de animación de Disney y su capacidad de contar historias conmovedoras de atractivo universal tan bien como esas otras películas.
La “remake”, como la gran mayoría de los otros filmes que componen esa gallina de huevos de oro que Disney ha estado explotando desde hace diez años, anula casi todo lo que hizo al filme original una emocionante aventura, y se olvida de reemplazar lo borrado con algo que justifique el esfuerzo y los cientos de millones de dólares gastados.
La historia, basada en una leyenda folklórica china, sigue a Hua Mulan (Liu Yifei), cuyo anciano padre es convocado a regresar al ejército imperial cuando el emperador llama a un hombre de cada familia a enlistarse para pelear contra una fuerza invasora. Segura de que su padre moriría en combate, Mulan decide robar su armadura y espada, disfrazarse de hombre y tomar su lugar en el ejército, a sabiendas de que si la descubren, sería ejecutada.
Lo admirable es que la película no es un calco directo del filme animado de 1998, sino que cambia radicalmente varios aspectos: desde personajes eliminados, como el dragón Mushu, o combinados – el capitán Shang de la película anterior, por ejemplo, se transforma en el veterano comandante Tung (Donnie Yen) y el joven soldado Chen Honghui (Yoson An) – hasta toda una nueva subtrama con el nuevo personaje de la bruja Xianniang (Gong Li), una hechicera al servicio del líder de los invasores, Bori Khan (Jason Scott Lee).
Pero uno de los cambios que hace el filme, en vez de mejorar la historia, acaba dañándola irreparablemente.
Desde el principio el filme nos explica que el “chi” - el concepto la fuerza o energía vital en la mitología china – de Mulan es extraordinariamente fuerte y le da habilidades físicas sobrehumanas, y parte del conflicto que perturba a la joven durante todo el filme es el hecho de tener que ocultar el poder de su “chi”, ya que en ese mundo las mujeres que hacen uso del “chi” son tildadas de brujas y se convierten en parias de la sociedad.
La idea en sí no es mala, y por momentos parece que va a tener algún desenlace interesante en la historia más allá de ser una justificación para que Mulan pueda volar por los aires y manejar armas con una habilidad imposible, pero cuando todo está dicho la forma en que el filme emplea el concepto de “chi” es asombrosamente poco creativo.
Gran parte de lo que hacía que la versión original de Mulan fuera tan emocionante era que, aunque había elementos sobrenaturales, Mulan (o ninguno de los otros personajes humanos) tenía ningún tipo de poder especial, y la forma en que la película plasmaba su poderoso mensaje sobre la igualdad de género era mostrando cómo Mulan hacía uso de su ingenio para encontrar soluciones creativas y así hacer frente a rivales más físicamente poderosos o superiores en número.
En la nueva versión Mulan es básicamente una Jedi de Star Wars, dotada de una especie de superioridad genética que hace que sea simplemente más fuerte y rápida que sus enemigos.
Lo que no solo hace que secuencias como la emblemática escena de la avalancha o el enfrentamiento final con Bori Khan sean mucho menos interesantes y creativas que sus versiones originales, sino que ni siquiera se aprovecha para darnos buenas escenas de artes marciales, porque absolutamente ninguno de los enfrentamientos del filme pasa de mediocre y aburrido, editados sin sentido de fluidez o impacto, por mucho que la directora Niki Caro trate de aderezarlos con elaborados movimientos de cámara.
Caro suele tener muy buenos instintos dramáticos, pero el guion rara vez le da a la película un momento de pausa para que la directora pueda crear los momentos de interesante drama humano en que se especializa, y su dirección de la acción es impersonal, una mala copia del cine de artes marciales asiático del que la película se disfraza.
Y tampoco le hace ningún favor al filme el hecho de que, salvo una o dos escenas donde hay algo de impacto emocional, Liu Yifei da una interpretación demasiado estoica como Mulan, con una expresión casi omnipresente de neutralidad en su rostro que quiero creer es producto de mala dirección y no de una falta de talento de la actriz. Quizá un intento de proyectar fortaleza férrea en el personaje pero que acaba impidiendo que sea fácil para el público conectar con la protagonista.
Al final, la versión 2020 de Mulan no es más que otro vacío despliegue de poder económico de Disney. El vestuario es espectacular, los paisajes son sobrecogedores, la escenografía deja en claro que hay muchísimo presupuesto detrás de cada toma, el elenco está cargado de intérpretes de primera... y todo palidece ante una película animada de 1998 que costó menos que la mitad de dinero y tiene como diez veces más corazón y creatividad detrás.
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MULAN
Dirigida por Niki Caro
Escrita por Rick Jaffa, Amanda Silver, Elizabeth Martin y Lauren Hynek
Producida por Chris Bender, Tendo Nagenda, Jason Reed y Jake Weiner
Edición por David Coulson
Dirección de fotografía por Mandy Walker
Banda sonora compuesta por Harry Gregson-Williams
Elenco: Liu Yifei, Jason Scott Lee, Gong Li, Donnie Yen, Yoson An, Tzi Ma, Jet Li, Rosalind Chao, Ron Yuan, Jun Yu, Jimmy Wong, Cheng Tan, Doua Moua, Nelson Lee, Cheng Pei-pei