¿Se vende el Malba?

BUENOS AIRES. El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) está en venta, al menos así es en el universo paralelo del artista conceptual argentino Leandro Erlich, que colocó un enorme cartel de “se vende” en su fachada antes de que se inaugurara la mayor antología de su obra en América.

Vista exterior del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) con un letrero de "Vende" puesto por el artista conceptual argentino Leandro Erlich.Enrique Garcia Medina
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Se trata de 21 instalaciones o, lo que es lo mismo, 21 lugares situados en el umbral entre el mundo real y otro diferente, muestra que el artista, en declaraciones a Efe, define como una invitación a “cuestionar lo cotidiano”. Aunque esa es la tónica habitual de los trabajos con los que ha expuesto en algunos de los mejores galerías y festivales del mundo, su ciudad natal es la que acoge, desde el jueves 4 de julio hasta el 27 de octubre “Liminal”, un compilado que amplía la visión global del espectador e incluso modifica la del artista mismo.

“El solo hecho de instalar estas obras juntas para mí también es un descubrimiento, ver cómo interactúan y dialogan entre sí”, dice Leandro Erlich (1973), uno de los exponentes del arte argentino de su generación y que cosecha gran éxito en países como Japón, donde el año pasado una exposición suya alcanzó lo 400.000 visitantes, al nivel de presentaciones de Takashi Murakami o Ai Weiwei. A su entrada en la sala principal, el visitante de la exhibición del Malba se encierra en una concatenación de aparentes elementos del día a día que resultan ser paradojas visuales, juegos ópticos que siembran desconcierto.

Una persona mira un frondoso jardín interior por una ventana y se ve reflejada en otras de las que dan al vergel, otra acude a un salón de belleza y, cuando se sienta y mira al frente, todos los elementos están como deben estar excepto que es otra persona de carne y hueso la que aguarda al otro lado. En realidad, lo primero corresponde a un juego de espejos y lo segundo a la ausencia de ellos -junto a la suma de otra sala contigua e idéntica-, y Erlich lo aprovecha para que el espectador se pregunte el porqué de las cosas cuando olvida incluso que existe un objeto llamado espejo. “No estamos habituados a cuestionarnos demasiado lo cotidiano, hay un aspecto del día a día que es bastante alienable (...), ni siquiera tenemos el tiempo para tener esa mirada atenta sobre las cosas”, insiste.

Para el artista porteño, el efecto que provoca su obra radica ahí. “Reflexionar sobre las cosas es un esfuerzo, en algunos casos uno termina viendo cosas que no necesariamente quiere ver, pero aprender algo nos genera una gran satisfacción en última instancia”, indica el que fuera representante de Argentina en la Bienal de Venecia de 2001. En aquella ocasión exhibió uno de sus proyectos más reconocidos, “The Swimming Pool” (“La piscina”), que casi 20 años después se disfrutará por primera vez en su ciudad convertida en la joya de la corona de “Liminal”, que ha requerido un año de trabajo y un equipo de 150 personas.

Fuera de la piscina todo aparenta ser normal hasta que, bajo el agua, comienzan a surgir personas que caminan como si nada. Desde el interior de la habitación subterránea que genera esa percepción, Erlich reconoce que para él era un “asignatura pendiente” que sus compatriotas pudiesen repasar su trayectoria. El presidente del Malba, Eduardo Costantini, indica que es “muy importante” albergar la antología del creador después de haber trabajado con él en la “desaparición” de la punta del emblemático Obelisco de la avenida 9 de Julio, que un día de 2015 causó confusión entre los argentinos. Además de para regresar a su ciudad, “Liminal” le sirve a Erlich para cambiar el contexto en el que fueron creadas las instalaciones.

Sucede con “Invisible Billboard” (“Cartel invisible”), una escalera que lleva a una fachada detrás de la cual no hay ninguna casa y que en “Liminal” está situada en la explanada del Malba. Erlich la ideó para Nueva Orleans (EE.UU.) tras el huracán Katrina, que mató a cerca de 2.000 personas, la mayoría en esa ciudad del estado de Luisiana, que quedó devastada. La localidad estadounidense tomó aquella obra del argentino como un símbolo de su reconstrucción, pero la arquitectura de esa fachada de ladrillos sin pintura recuerda al paisaje de las llamadas “villas miseria” que se cuentan por decenas en Buenos Aires.

“Es una arquitectura que aquí existe y es parte de nuestra ciudad, sin embargo no es la arquitectura con la cual la sociedad se siente más cómoda (...), tiene que ver con la pobreza”, detalla. El contraste es mayor aún cuando, en la vereda de enfrente del museo, se alzan los edificios de “uno de los barrios más pudientes de la ciudad”. Mientras, en la fachada contigua a esa instalación, la del Malba, permanece el cartel de “se vende” que se ha viralizado en Argentina y que Erlich creó para la ocasión. “Excepcional propiedad, 7.455 metros cuadrados, tres salas de exhibición 680 obras de arte (Tarsila, Frida, Diego, etc), cine, auditorio, terraza de 218 metros cuadrados”, se lee. Tanto la casa de ladrillos como el cartel juegan con otra realidad, aunque quizá no tan paralela como las del resto de su obra. “Son obras que hacen eco y dialogan con un momento particular en Argentina”, subraya el artista.

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