Salamandra llena el Teatro Municipal con su rock incandescente

Salamandra no para de tocar. En festivales, en bares, en su ciudad Ypacaraí, en Asunción, en otros sitios. Y la gente no deja de acudir, a cualquier precio y a cualquier hora. Es indudable que la base de fanáticos de este grupo es una de las más fuertes y fieles, con un amor intacto al paso del tiempo. Todo ese cariño también el grupo sabe retribuir, no solo con buena música sino con gestos como el del pasado viernes, en que la banda dio un concierto gratuito en el Teatro Municipal “Ignacio A. Pane”.

Javi con los brazos abiertos, sin parar de agradecer a la gente que les puso hoy en este lugar. Pedro Gonzalez
audima

Esa noche, ya mucho tiempo antes de que se inicie el show la gente estaba expectante a la apertura de puertas. Todos querían tener el mejor lugar, el mejor asiento (aunque sentarse no importó más tarde). Así, el recinto se llenó por todos lados, en cada costado había personas con ansias de este reencuentro.

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Y si Salamandra no para de tocar es también porque necesita esto, esa conexión, el escenario y su público nutren la energía de una de las bandas más populares de nuestro país. En esta ocasión, celebraban 24 años de carrera, algo no muy fácil de lograr con una vigencia clara como las de este cuarteto que ya lleva editados cinco discos de estudio, dos álbumes en vivo, dos EP y varios singles.

Y fue eso lo que ajustaron en un set que se extendió por dos horas, donde la energía de la gente nunca dejó de estar en lo más alto, al igual que la de Javi, Cachito, Rodney y Batoloco. A solo unos minutos pasados de las 21:00 arremetieron en seguidilla con “Lo que me gusta de ti”, “Anillo de cristal” y “Ya estamos bien”.

Salamandra a pleno, en el show que ofreció la banda el pasado viernes en el Teatro Municipal.

Entre agradecimientos y una sonrisa de incredulidad de los músicos que no se agota aunque hayan pasado tantos años, al verse parados frente a un público que los ama y canta de punta a punta, frase por frase todas las canciones, saludaban como podían, porque los gritos sobrepasaban.

Y entregaban también canciones “viejas”, esas de la primera hora del grupo, como “Esperar”, “Té de cianuro”, “Eteclease”, “Amor fisura” o “Bala perdida”, que eran recibidas por la gente como un regalo. Los primeros acordes sonaban y las personas se miraban entre sí, como diciendo: “¡esta canción!” y procedían a cantar dejando la vida y la garganta entre las paredes del prestigioso Teatro Municipal, que tal vez no muchas veces ha visto a un grupo de rock paraguayo escribiendo esta historia, con sus propias canciones, sus propios anhelos y sueños.

Javi Zacher frente a su nave de pedales, en un lugar donde intercambió guitarras eléctrica, acústica y charango.

El cántico “¡Olé, olé, olé, olé, Salaaa-mandraaa!” era infaltable y apareció en diferentes tramos, entre canción y canción, casi sin dejar hablar a Javi, que solo podía agradecer, sonreír y cantar. Así siguieron entregando “Tequilita”, “Un pucho con mi abuelo”, “Alkatraz” y “Todo en tu cabeza”.

Al frente Javi, Cachito y Rodney formaban una línea poderosa de guitarras y bajo, se juntaban, se miraban y disfrutaban. Se desplazaban por el escenario, muchas veces girando y sonriendo hacia Batoloco, quien levanta desde atrás su gran muralla de sonido. El escenario les pertenece.

Y sonaba luego “El avión”, mientras arriba en lo más alto de la última fila una madre abrazaba a su hija pequeña y saltaban juntas. “Vamos de gira toda la vida, sin preocuparnos por lo que vaya a pasar...” reza la canción que abajo también festejaba un grupo de amigos que se abrazaban también y saltaban sin soltarse. Eso también es el éxito, atravesar y quizás construir una amistad alrededor de la música. ¿Y si se conocieron así? Escuchando a Salamandra.

La agrupación de Ypacaraí entregó lo mejor de su repertorio en este encuentro celebratorio.

Luego llegó “El avatar” y la gente cantaba mirando al cielo, como si su vida dependiera de ese momento, parecían espantar demonios y es muy posible que lo hayan logrado, porque ese viernes ahí adentro todo era felicidad, sin importar lo que afuera pueda suceder o hacernos mal. Eso hace la música.

Javi tomó una acústica para hacer “El amor de mi vida”, junto a Rodney, quien preparó el colchón perfecto de notas eléctricas para este momento. Zacher quedó luego solo, con una gran luz sobre él, para entregar “María” y desatar más emociones posibles entre una platea enardecida.

Un charango llegó a las manos de Javi más tarde para encantar con “En otra vida” y “El lugar”, donde volvieron a sumarse sus compañeros, para sumir a la gente en una especia de trance pendular, entre melodías hipnóticas y desgarradoras.

La interacción con el público no falta en estas presentaciones, algo que los mantiene conectados todo el tiempo.

“Parecen amores”, “Arrójame al infierno” y “Disomnilan” sonaban en la recta final, en tanto la gente no paraba de desvivirse, algunos bailaban y se movían sintiendo lo que escuchaban, algunos se acercaban para llegar más al frente, otros miraban con un brillo en los ojos que anticipaban lágrimas.

“Gracias por mantener encendida la lucecita de Salamandra, por hacer posible este sueño, son 24 años con ustedes”. Eso dijo Javi hacia el final y es cierto, indiscutiblemente son 24 años con y por la gente. Tras despedirse volvieron al grito de “¡otra!” para entregar “Solito”, que la platea cantó casi desgarrándose las cuerdas vocales.

Es bien sabido que ese sueño es en gran parte cumplido cuando existe un público como este, y Salamandra supo regalar una de las mejores noches, gratis. Sí. Porque el éxito también se construye retribuyendo, demostrando gratitud. Porque ¿y si el éxito no es tocar ante millones de personas en el exterior? ¿Y si es cantar frente a esa gente que está desde el comienzo? Y qué mejor que darles este regalo.

Se apagaron las luces del teatro pero cada uno volvió a su casa con esa lucecita de Salamandra encendida en el corazón.

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