Su papá manipulando el casetero en San Bernardino, ciudad hasta donde Guillermo iba a visitar a sus abuelos. Temas de los Beatles inundaban la casa. Ese recuerdo vívido está impregnado en su memoria como uno de sus mayores tesoros y como los momentos en que empezaba a disfrutar de la magia de la música.
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Movido por la curiosidad y las ganas de ser él quien cree música, a los 13 empezó a estudiar bajo en el Conservatorio Nacional. Lo estrictamente académico no le daba las posibilidades para lo que él quería ya: tocar. En paralelo, Guille era un miembro activo del equipo por la lucha del boleto estudiantil. Allí, amigos mediante, conoció a su mejor amigo Ricardo, con quien tuvo su primera banda “Elida jugo de durazno”, un guiño a Pearl Jam.
Otra banda que no funcionó fue también parte de su historia, pero lo que le sirvió para que empiece su relación con los sonidos y esa aventura de manipular botones, perillas, en busca del resultado ideal. Al terminar el colegio quedó “en el aire” y “sin saber qué hacer” según él mismo dice. Una amiga le expresa lo que para otros era obvio: “yo te veo atrás de la consola”. Click.
El día que cumplió 19 se fue a Buenos Aires a estudiar hasta que empezó a conseguir algunos trabajos. Trabajando en una empresa multiservicios que ofrecía luces, sonido, pantallas, se hace amigo del dueño, Roberto Cadahia. Tenía cerca de 26 cuando él le propone asociarse y que la empresa llegue a Paraguay con Vargas como encargado.
“Empezamos tímidamente en 2012, en el Juan de Salazar”, recuerda Guille sobre el lanzamiento del libro “Jazz en Paraguay”, de José Villamayor y Ricardo Castellani donde también hubo un concierto. “Fuimos lentamente creciendo y no creciendo también, fue como “The long and winding road”, de sufrimiento, carencia total y absoluta de recursos. Pero eso sirvió”, expresa sobre lo que más adelante le ayudó a ver posibilidades ante cualquier eventualidad, como cuando en un show de España, el piano de Fito Páez quedaba muy bajo. En plena Europa nadie sabía qué hacer. Guille y otra persona traen seis rollos de cinta y levantan el piano. Una sencilla pero gran solución.
Comienza la aventura
“Ahí empecé a operar varias bandas del medio local, también por mi cuenta; Kita Pena, Ripe Banana Skins, Bohemia Urbana, hasta que terminé teniendo un matrimonio hermoso con Paiko por varios años. Empiezo a asomar la cabeza con Diorama en 2015. Hacían shows de metal, yo ponía el escenario. Así empecé. Casi con la inconsciencia de esa edad pero tratando de ser lo más responsable posible”, recuenta.
En el año 2017 conoció “a una persona que termina siendo determinante” en todo el resto de los acontecimientos. El production manager argentino Nacho Cavadini. Con él y otra figura clave en su carrera, el “Buda” Marcet, llevan adelante los shows del Cirque du Soleil en Paraguay. Al respecto, profundizó en que el “Buda” fue una persona que le enseñó un montón.
“Amaluna” fue el primer show que arribó a Paraguay en 2017. “Fueron 90 días de total y absoluto aprendizaje, una de las cosas más lindas que nos tocó vivir, porque el desafío era cómo construir una ciudad y que se sostenga, sin sobresaltos, además en el formato más difícil que tiene el circo: la carpa”, cuenta. Con ellos también hizo “Ovo” y “Soda Cirque”.
“Siempre había un componente de inconsciencia”, piensa, pero cree que tanto la pandemia como el fallecimiento de su padre le hicieron tomar consciencia de hacía dónde iría. “Desde ahí empieza la ambición, de decir: puedo más. Porque lo logrado es muy satisfactorio. Se siente genial, obvio, el sentido de realización es más grande”, reflexiona.
“La pandemia fue un momento hermosamente horrible. Me dio muchas cosas, no me sacó tantas, por suerte”, dice, para recordar que pudo seguir trabajando, por ejemplo con Willy Suchar para “La Fiesta Creativa”, un proyecto de DINAPI y AIE. Con el objetivo de ayudar al sector de la música, también desarrollaron el programa “Música Viva” y más adelante hicieron un ciclo de conferencias que convocó a nombres como Tweety González, Milagros Amorena, Diego Serafini, Sergio Cuquejo, entre otros.
“Él (Suchar) es un gran didacta de esto, para mí. Me enseñó el concepto de hacer las cosas con amor y qué significa hacerlas así, que no tiene que ver con el amor romántico. Significa que si un trabajo va a tener tu nombre enorgullecete, por ende hacé lo mejor que puedas, por más que sea desarrugar una tela o pintar un detalle mínimo que solamente vos sepas. Ahí empecé a entender el concepto del detalle”, explica.
Un nuevo salto
Hacia 2021 Vargas necesitaba nuevos desafíos, también afectado por la pandemia y “desencantado” por la pérdida de su padre. Por lo que con su novia (y sus tres gatos) deciden ir a vivir a Argentina, buscando no solo otros horizontes sino también persiguiendo otras oportunidades laborales.
Un día cualquiera estaba en el Barrio Chino viendo platos. Recibe un mensaje de Cavadini, quien le manda el flyer con las fechas de la gira “El amor 30 años después del amor”, de Fito Páez. “¿Estás para esto?” le pregunta. “Era imposible decirle que no”, recuerda Vargas así como la incredulidad que sentía en ese momento.
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El mensaje era para conocer su disponibilidad y proponer su nombre, pero aún nada seguro. Pasaron los días y él nunca quiso preguntar nada, aunque no sabe cómo hizo para dormir en todo ese tiempo. Otro día cualquiera le llega un mail donde le piden todos sus datos, foto de su pasaporte, confirmación de visa y otras cuestiones que confirmaban que Guillermo Vargas era el nuevo production manager de la gira con la que Fito Páez celebraría, por varias ciudades del mundo, el aniversario de su emblemático álbum.
Vargas llega de unas vacaciones un día antes al Polo Cultural Saldías, donde se montó la sala donde una vez Luis Alberto Spinetta ensayó para el mítico concierto con “Las bandas eternas”. Los ensayos fueron todo agosto y la gira empezaba en septiembre. “Empecé así, conociendo a todos porque nadie me conocía, reemplazando a Ale Avalis, una persona que venía haciendo ese trabajo hace más de 40 años y que por razones de salud no podía hacer esto”, cuenta.
“Con muchísima ansiedad pero sin miedo”, es como Guille encaró la aventura de encargarse de la producción de la gira más importante de un ídolo. “Es Fito Páez, tengo todos sus discos”, dice como intentando asimilar el impacto. Pero lejos de sentirse abrumado, Vargas entendió su lugar, el de dar solución a todo lo posible, dejando de lado cualquier ego, “entendiendo que uno es parte de un gran engranaje”.
Empiezan los shows, ocho en el Movistar Arena, y de gira por Nueva York, España, Venezuela, Chile, Uruguay y Paraguay. “Lloré muchas veces”, confirma Vargas, por la magnitud de tener alrededor a miles de almas cantando canciones que atravesaron su vida y en un show donde todo tenía que salir perfecto. Por razones personales, Vargas puso para él el punto final a la gira, pero llevándose todo lo mejor.
Aprendizajes
“Te diría en un punto que es bastante más fácil”, piensa sobre esta experiencia, ya que en una producción de esta escala, todo puede resolverse con facilidad. “Pasa que venís de años donde fue todo más difícil porque el presupuesto no daba, así que es realmente otra liga, pero son otras circunstancias. Pero sí es más difícil en cuanto a nivel de orden, prolijidad y profesionalismo”, dice.
Para él esta experiencia fue fundamental a la hora de trabajar en tomas de decisiones que “puede que estén erradas, pero te permite el cuestionamiento”, admite. En ese sentido, dijo que “es súper necesario aprender de la gente que tiene más experiencia”. Recordó al stage manager Nico Cabré, “una persona que desde los 17 años empuja tarimas en escenarios y ahora hace correr los festivales más grandes de Buenos Aires como Lollapalooza o Primavera Sound”.
En esa línea de pensamiento, dice que lo importante es domar al ego. “Para mí es clave ver alternativas a todo, no es que porque soy el production manager de no sé quién es que yo tengo la razón. Yo trato de dejar el ego de lado. Si bien es parte de todos, no puede el ego tomar la decisión”.
Por otro lado, el haber atravesado toda esta aventura y en medio de embates de la vida, según añade, no hubiera sido posible sin su novia, Pamela. “De verdad, hizo ver a un pilar como algo insignificante, fue hogar y nido, acompañando todos los capítulos de esta historia. Le debo más que demasiado”, afirma.
Sobre Paraguay
Luego de esta experiencia, que le permitió tomar más perspectiva sobre lo que sucede en Paraguay, Guille ve que en nuestro país crecieron las oportunidades, pero no así un sentido de identidad con las creaciones. “Las canciones, creo que cada vez son menos de la gente o ya no llegan como antes, pero no sé si es porque la gente dejó de buscar o se dejó de encontrar”, expresa como algo a analizar.
Asimismo, observó que se perdió un poco la autoproducción de shows, “cosa que Paiko, Flou, Revolber y un par de bandas más nos enseñaron”, ya que hoy en día empezó a crecer el circuito de bares.
“Igual, se empezó a generar algo bueno de acercar tu música a gente que no iba a ser permeada por ella porque no iban a ir a tu show autoproducido, pero al mismo tiempo dejaste de tocar para la gente que sí quiere ver tu show, que no está en ese bar. Creo que se entendió que la música era un negocio y se empezó a buscar más el negocio que la música”, plantea.
La puerta abierta
Así, entre Paraguay y Argentina, ya que viene a visitar a su familia y amigos, deja también “la puerta abierta” a que sucedan otras cosas, lo cual no significa que él no salga a buscarlas. “La vida tiene maneras extrañas de hacer coincidir caminos”, pensó, además de tirar al aire el deseo de trabajar con una banda para explorar también el sentido de comunidad. Además, dijo que le encantaría volver a operar consolas.
Mientras, disfruta de la gran experiencia que le dio su profesión y desgrana las mayores huellas. “Mi trabajo en el mundo Páez era un ejercicio de memoria constante y de amor. El amor es muy importante. Hice 33 shows y el amor fue una constante. El afecto estaba presente, era romper al paradigma de la puteada, de decir: vamos a lograr el mismo resultado sin pelearnos. Fito muchas veces se expresó con tanto amor y fue de las situaciones más lindas. Siempre entendí que el juego no es mío sino hacer que se juegue bien. Fue el ejercicio de la memoria y el amor”, bromea.
Vargas confirmó la felicidad de que le haya tocado a él haber sido esa persona en ese puesto por tantos shows que para él serán inolvidables. Si él llegó hasta ahí y aspira a llegar a otros lugares, dice que cualquiera que persista e insista puede hacerlo, sin importar de qué país provenga. “Una vez que estás en el escenario nadie tiene nacionalidad. Todos tenemos dos brazos, dos piernas, dos ojos y un solo cerebro. Eso es todo”, menciona.
Para él lo importante es entender que en cada trabajo tiene que haber un aprendizaje. “Si no estás dispuesto a aprender, empezaste mal. En todos los escenarios a los que subí casi siempre era el más joven, con Fito o sin Fito, y la exigencia personal es la misma, siempre hay una mejor manera para hacer lo que sea que estás haciendo, tenés que cuestionarte todo el tiempo o si no la vara no se eleva nunca”.