A poco de haber comenzado este martes 4 de mayo, a la 1:30, llegó el peor de los desenlaces: Rodolfo García murió en el Hospital Tornú, a los 75 años. Con su partida se fue también uno de los pocos testigos y protagonistas vivos de un cambio cultural único: la creación del rock en castellano en Argentina.
En la historia del rock argentino hay músicos pioneros y músicos talentosos. Rodolfo García no sólo fue ambas cosas, sino también una de las figuras más queridas a lo largo de 55 años de actividad ininterrumpida.
La terrible noticia del ACV, que lo sorprendió en su casa en la noche del pasado miércoles 28 de abril, comenzó a circular en la madrugada del 29 en las redes y grupos de Whatsapp, hasta que finalmente se confirmó por medio de allegados como sus compañeros Emilio Del Guercio y Dhani Ferrón.
Recién entonces comenzaron a aparecer las primeras publicaciones oficiales, poco antes del mediodía del jueves. “Internado en terapia intensiva con pronóstico reservado”, fue la información oficial. La tristeza invadió a fans de varias generaciones, que se expresaron de inmediato en las redes sociales.
Un movimiento que al principio tuvo la resistencia de colegas, la sociedad en general, los medios y los gobiernos militares, pero que al cabo de varias décadas logró ganar su merecido espacio, reconocimiento y respeto.
De Los Larkins y Los Mods a Almendra
Rodolfo era el mayor de los integrantes del grupo Almendra, que completaban Luis Alberto Spinetta, Emilio Del Guercio y Edelmiro Molinari, quienes tuvieron en 1968 un gesto de compañerismo infinito al esperar con paciencia que Rodolfo completara el servicio militar obligatorio.
Recién entonces salieron al ruedo con todo, marcando un antes y después en la escena de la música local.
García había nacido en Colegiales pero antes del inicio de su primer ciclo escolar, su familia se mudó a Monroe y Arribeños, en Belgrano. Era el mayor de tres hermanos e hizo el secundario en un colegio industrial en Parque Avellaneda.
Era la época del furor mundial por Los Beatles, una música que se apoderó de todos los adolescentes del planeta, pero que extrañamente no sólo generó admiración sino también las ganas de hacer música. Rodolfo no fue ajeno a esa pasión.
La vocación musical le llegó seguramente por el lado de su padre, que tocaba el acordeón a botones, el mismo instrumento que Spinetta le pidió que tocara en el célebre MTVUnplugged de 1997. Pero García también mostró interés por la percusión, y su madre le compró la primera batería.
A partir de entonces, integró los grupos Los Larkins y Los Mods, que la historia inmortalizó como una rama de los antecedentes directos de Almendra. Ahí fue que se sumó Spinetta, mientras en paralelo, en Bajo Belgrano se armaba otra banda llamada Los Sbirros, con Del Guercio y Molinari.
Eventualmente, tal como la historia lo testimonia, ambos grupos terminaron fusionándose.
Una vez unidos los cuatro, ensayaron a diario en la casa de la familia Spinetta, el mismo lugar donde los vio el productor Ricardo Kleinman, que de inmediato les ofreció un contrato discográfico.
El paso siguiente fue una secuencia de hitos. El cuarteto lanzó su primer simple, con el hit Tema de Pototo (Para saber cómo es la soledad), comenzó a tocar cada vez más seguido, viajó a Perú, y grabó más simples. Uno de ellos fue Campos verdes, con Rodolfo en primera voz.
Al cabo de un tiempo, Almendra editó su extraordinario primer álbum; el paso siguiente fue el frustrado intento de armar una ópera-rock, y en 1971 se separaron.
Al respecto, García alguna vez dijo: “La alquimia fue muy fuerte. Éramos locos enamorados de lo que estábamos haciendo. Nos preguntábamos: ‘¿A alguien le gustará esto?’. Pero no nos importaba mucho”.
“Cuando todos tocaban en los bailes de los clubes, nosotros decíamos que teníamos que tocar en un teatro. ¡El manager nos quería matar! Nadie hacía teatros, ¡ni Sandro, ni La Joven Guardia! El primer concierto fue en el Instituto Di Tella. El segundo, 15 días después, en el Teatro del Globo. A pérdida”, recordó.
Y amplió: “No éramos soberbios, pero estábamos convencidos al menos de lo que no queríamos. No nos gustaba El Club del Clan; nos gustaban Piazzolla, la bossa, el folklore vocal, los Beatles y Los Gatos”.
Como legado, Almendra dejó clásicos como Muchacha (Ojos de papel), Ana no duerme y Rutas argentinas. Y a pesar de la separación, nunca estuvieron peleados entre ellos. Por eso les resultó sencillo reunirse en 1979 para tocar en el estadio Obras.
La idea que parecía loca, pero resultó un éxito descomunal. Luego vino una gira nacional, también un disco nuevo llamado El valle interior y otra gran gira que cerró la segunda y última etapa del grupo.
Almendra recién volvió a mostrarse en vivo con todos sus integrantes en el histórico concierto de Las bandas eternas, el 4 de diciembre de 2009, a lo largo del cual Spinetta repasó su historia musical junto a quienes lo acompañaron en cada una de sus etapas.
Junto a Emilio Del Guercio, Héctor Starc y Hugo González Neira, Rodolfo García creó Aquelarre, una de las bandas más sofisticadas del rock local.
Aquelarre, sofisticación de exportación
Tras la primera separación de Almendra, García tocó con Litto Nebbia y luego, junto a Emilio del Guercio, Héctor Starc y Hugo González Neira, formaron Aquelarre. Juntos, hicieron un rock progresivo que quedó plasmado en cuatro álbumes y una gira pionera por España, donde sentaron los cimientos para la nueva movida del rock español.
“Fuimos la primera banda -contaba- que llevó el rock argentino allá, recorrimos toda la península ibérica a lo largo de casi dos años y medio y dejamos una imagen de nuestra música que aún hoy se recuerda”.
Aquelarre se desarmó en 1977 y el siguiente paso de García fue el grupo Tantor, con Starc y Machi Rufino. En su primer disco tuvieron como invitados a Lito Vitale y Leo Sujatovich; más adelante, vendría una segunda formación con Marcelo Torres y Babú Cerviño en sus filas.
Un músico todo terreno
A lo largo de los años ’80, el músico tocó con artistas como Pedro y Pablo, Víctor Heredia, Jorge Cumbo, Peteco Carbajal y hasta León Gieco, en un claro reflejo de la amplitud estilística en la que se encontraba a gusto, sin marcar fronteras estrictas entre los distintos géneros.
En 1989 armó La Barraca con el cantautor Pedro Conde, y más adelante tuvo otra gran banda llamada Posporteño, junto a Alejandro Del Prado y Dhani Ferrón, con quien también tocó en Los Amigo’, ese encuentro informal que comandaba Spinetta, poco antes de emprender el proyecto Las Bandas Eternas.
El registro de aquellos momentos de música compartida por el baterista con Ferrón y Spinetta fue rescatado en un disco que recibió el galardón al Álbum del año, en la edición 2016 de los Premios Gardel.
Lo que vino después, para García, un incansable gestor cultural además de músico, fue Jaguar, grupo que compartió con Lito Epumer, Ferrón y el tecladista Julián Gancberg, y que en 2020 lanzó un álbum y dio varios recitales, incluso en tiempo de pandemia.
A lo largo de todos esos años, en medio de incontables ensayos y shows, Rodolfo se dio el gusto de tocar con Los Gatos, en su reunión de 2007, y también de festejar en 2019 el cincuentenario del primer disco de Almendra.
La celebración fue en el CCK, con la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto, con invitados como Mariana Bianchini y Rubén Goldín, y arreglos, curaduría y orquestación de Juan “Pollo” Raffo.
Trabajador de la cultura
Fuera del mundo de los escenarios, el músico tuvo programas de radio, fue director ejecutivo de la mítica revista Expreso Imaginario y trabajó en la gestión pública. Primero, al lado de Litto Nebbia en el Centro de Divulgación Musical en los años ’90.
Luego se desempeñó en al área de Cultura de la Provincia de Buenos Aires, cuando Piero fue subsecretario, y en 2014 Teresa Parodi lo convocó para que asumiera a su cargo la Dirección Nacional de Artes.
García, que llevaba su larga melena platinada como marca de identidad inconfundible, también cumplió un papel esencial en la reapertura y en el rol de programador musical en el bar La Perla, de Once, en 2010.
Y desarrolló una tarea febril de difusión y promoción de artistas consolidados y de nuevas propuestas, como coordinador del ECuNHI (Espacio Cultural Nuestro Hijos), que funciona en el ex predio de la ESMA.
En definitiva, un trabajador de la música, que con sus propias palabras supo resumir ese vínculo irrenunciable que sostuvo con el arte a lo largo de su vida: “La música me dio todo y tuve la satisfacción de ser y hacer siempre lo que quise. Estoy muy contento de haber elegido este camino y todo lo que tengo es agradecimiento”.
Fuente: Clarín