“Réquiem”: sublimando el lenguaje de los cuerpos

“Permítanse sentir, llorar, reír. Bailen y viajen con nosotros a través del movimiento. Entréguense al placer de soltar todo lo que ya no necesitan cargar con ustedes. Respiren, relájense y disfruten”. Así invitaba el programa de la gala de danza contemporánea “Réquiem” al público. La premisa se cumplió de la mano de la excelsa presentación de la Cía. Danza Bethania Joaquinho el fin de semana último en el teatro de la Alianza Francesa.

La Cía. Danza Bethania Joaquinho desplegó toda su emoción en impactantes cuadros de danza.Alvar Fañez
audima

No entendemos por qué pero es difícil para el ser humano permitirse sober todo sentir o llorar. En un mundo en el que vivimos frenéticamente o en el que atravesamos situaciones desalentadoras, más aún en un país como el nuestro, no siempre nos damos el lujo de dejarnos llevar, de olvidarnos de lo que nos pesa, incluso de algo que pareciera tan simple como relajarnos.

Pero si hay algo que tenemos como vehículo para lograr todo eso es el arte y, algo digno de destacar, es que a pesar de tantas adversidades en nuestro país aquí no solo se sigue creando sino que cada vez son más los artistas o compañías que hacen frente a todo y se muestran vulnerables para invitarnos a permitirnos ser también nosotros vulnerables.

Todas las posibilidades del cuerpo humano en conjunción con las emociones fueron exploradas en distintas coreografías

Todo esto lo refleja el trabajo de la Cía. Danza Bethania Joaquinho que lleva el nombre de su creadora, una bailarina y docente paraguaya que desde hace años viene explorando con el movimiento y con la sensiblidad del cuerpo como motor de las emociones.

Este año cerró su año productivo con la obra “Réquiem” en la que presentó cuadros conformados con los bailarines que integran la compañía. Estos actuaron de forma grupal como también como solistas.

Sofisticadas coreografías, músicas que resuenan diversas hasta lo más profundo, colores que evocan sensaciones, olores y estados, una cronología que nunca decayó y más fueron los condimentos de esta obra que, en su última función el domingo 12, supo desafiar un breve corte de luz.

El cuerpo: un motor de cambio

Un silencio en la sala tras el telón que nos mostró al escenario vacío. La misma Bethania fue llenando de elementos su espacio. Sillas, pocas ropas, un zapato, cajas. Ese sería el mundo de su obra “Tal vez pueda aprender a quererte”, una pieza que ya tuvo un recorrido internacional desde su estreno en 2016.

“Nos pasamos tanto tiempo queriendo llegar al fin, que nos perdemos la belleza y la riqueza del camino”, llegó a expresar la bailarina en plena danza, haciéndonos saber que ese momento preciado de tiempo que ellos nos ofrecieron y que el público también otorgó fue único. Su obra cobra total sentido a la hora de pensar en que ese preciso instante, esa hora y esos minutos, fueron el pacto en que todos se entregaron a hacer lo que ella dijo: admirar la belleza y riqueza del camino.

En una segunda parte se presentaron las obra que salieron del Ciclo de Creación II, desarrollado el año pasado gracias a la motivación de Joaquinho de buscar nuevas propuestas e indagaciones desde el movimiento del cuerpo.

Resulta sorprendente cómo todas las obras se meten en lo más profundo de la psiquis humana y logramos, una vez más, cumplir con lo que nos pide la compañía. Dejarnos llevar e incluso reflexionar.

Al son de “Guaigui jepe’e”, Carlos Fossatti guió en escena su cautivante coreografía “Cotidianidad”. Con Adriana Flores, José Blanco, Fátima Galeano, Yulia Patiño y Ekaterina Goiburú nos dibujaron con movimientos contrastantes cómo “el peso de lo cotidiano resulta cada vez más monotono y grisáceo”.

Con el ánimo conmocionado por un cuadro fuerte y visualmente enérgico, pasamos a la dulzura y sutileza de “Despojo”, visión de la maravillosa Macarena Candia sobre coreografía de Fossatti. Una sobrecogedora danza nos meció al ritmo de “Mborayhu asy” mientras iba dejando detrás capas y capas de ropa. “Solo queda despojarse de aquello que tal vez ya sea innecesario”, era la premisa que ella supo subrayar con su obra, en la que se valió de cada fibra de su cuerpo como también de su mundo interior para hacernos latir al son de su sensibilidad.

Las cuestiones sociales no estuvieron ausentes ya que el arte trasciende toda preocupación y sabe ser una voz de protesta, un factor de cambio. “Impulso”, de Nastia Goiburú, nos pintó con electrificante pasión cómo “las consecuencias de la crisis climática son una realidad presente a nuestro alrededor”. Villasanti, Patiño, Blanco, Flores, Fossatti, Candia, Galeano y Ekaterina Goiburú volvieron al ruedo sumando a Gloria Benítez, para plasmar con vigor esa tenacidad que nos compete asumir a la hora de exigir habitar el mundo mejor que nos merecemos.

La migración, el deseo de viajar pero la necesidad de volver. Adaptarse como un camaleón en un hábtitat que no es el nuestro pero al que muchas veces nos vemos obligados a habitar para sobrevivir. A pesar de eso nunca dejamos de lado lo que somos, quiénes somos ni de dónde. “Lost and Found”, de Joaquinho, encierra esa mezcla de a veces confusas situaciones pero también a veces necesarias. La intérprete de esta sublime danza fue Nastia Goiburú, siguiendo las notas entre delicadas y frenéticas de “La Catedral”, de Agustín Barrios, alguien que supo de viajar para nunca más volver.

Nastia tuvo el desafío de enfrentar un cruel apagón. Siguió bailando pero obviamente habría que esperar. Al cabo de unos minutos de restablecerse la energía volvió como si nada, con las emociones no solo intactas sino reforzadas para demostrar que su temple danzarina es inclaudicable. Si bien estas cosas no deberían pasar, pero estamos supeditados a las reglas de nuestra compañía de electricidad, es evidente que tanto ella como estos bailarines tienen la electricidad necesaria para hacer frente a cualquier obstáculo.

Tras pensar en perdernos para encontrarnos, llegó “Alaya”, coreografía de Macarena Candia. Una bailarina que como creadora se muestra asimismo curiosa e inquieta, con muchas necesidades de querer saber, ya que aquí nos habló del “Almacén de la conciencia” y “el inconciente, la conciencia hereditaria que contiene y recibe todas las potencialidades y alimenta la conciencia del ser”. El elenco en pleno se entregó a esta obra que nos sumergió en un tour de force de figuras, de roces de cuerpos, de la energía generado por estos movimientos. Nos transmitió ese mismo ímpetu de querer conocernos más.

En la misma línea de indagar en el mundo psíquico, en la mente, en el ser, en cómo pensamos y sentimos, la gala cerró con la potente “Eutimia”, de Joaquinho, al compás de un punzante beat de Victoria Mussi. Con una mezcla de movimientos entre bruscos y lentos, entre el sopor, la duermevela y la velocidad, esta pieza nos hizo conectar con ese frenesí de pensamientos en los que vivimos inmersos y en cómo podemos realmente utilizarlos para sacar algo de ellos para motivarnos a crecer. Depende de nosotros, con las herramientas necesarias, dominar nuestros estados de ánimo y cómo el mundo influye en nosotros.

Una excelente interpretación coral fue la que ofreció esta compañía que sigue consolidando su visión y su búsqueda.

Con estos sentimientos uno abandona la sala pero, lo cierto es que estos sentimientos generados por esta compañía son lo que no nos van a abandonar. Porque ya están ahí, desde el paso exacto o inexacto, en el contratiempo, en un pie estirado o en un brazo en tensión. En tocar el suelo o elevarse. En el abrazo, en el contacto, en el silencio o incluso en una quietud que nos dice todo.

Es así que “Réquiem” cumple su objetivo: “reconectar al público con sus propias emociones y experiencias” al vernos reflejados quizás en estos bailarines, en su dedicación, en su esfuerzo por contarnos una historia desde sus movimientos. Gran augurio para esta joven compañía y ojalá se vangan más historias contadas desde la danza.

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