La policía bloqueó la arteria para la presentación, que comenzó con música y un espectáculo de luces proyectado en el icónico molino de viento rojo, relatando los orígenes de ese cabaret durante la Belle Epoque. Una solitaria bailarina, que desafiaba los primeros fríos otoñales, apareció luego sobre el techo del Moulin Rouge, con sus lentejuelas pero sin hacer topless, presumiblemente un guiño a las familias que se congregaron para el espectáculo.
Luego alrededor de 50 chicas surgieron del local para bailar el can-can, mientras los fuegos artificiales retumbaron en lo alto... en un inicio en rojo, naturalmente, y luego mezclados con azules y blancos para formar los colores franceses, que son los mismos de las faldas de las bailarinas de esta danza.
“Es tan mítico como la Torre Eiffel, es como un pedazo de historia de la Belle Epoque”, dijo a la AFP Yiftah Bar-Akiva, un israelí que ha vivido en París durante 11 años, mientras bebía champaña en compañía de unos amigos. “No creo que sea irrespetuoso con las mujeres, creo que sigue siendo arte”, agregó.
“Nunca estuve en el Moulin Rouge y quería tener una idea del como es el espectáculo”, relató Joanna Cavarzan, quien vive en Chartres —a 80 kilómetros de París— y que se acercó en compañía de un amigo de Toronto, Joe McGinty, que la visita estos días. Pero como muchos otros, apenas pudieron ver a las bailarinas, ya que no se montó ningún escenario en el bulevar para el espectáculo.
Inaugurado en 1889, el mismo año en que se completó la Torre Eiffel, el Moulin Rouge se ha convertido en una visita obligada para millones de turistas que visitan cada año la capital francesa. Cada noche el Moulin Rouge ofrece dos espectáculos, de dos horas, y las localidades se agotan los 365 días del año.
El cabaret también se ha convertido en una piedra de toque en la cultura popular, no solo con la exitosa película de 2001 de Baz Luhrmann, sino antes de eso en 1952 con la versión de John Huston protagonizada por Zsa Zsa Gabor.