La mañana del 29 de agosto, el piloto mayor Artemio Acuña se enfundó en su uniforme verde olivo, se sentó a la mesa con su esposa y sus dos hijos, tomó dos cucharadas del soyo que había de almuerzo para luego despedirse e ir a trabajar.
Esos fueron los últimos minutos que tuvo junto a su familia, ya que horas más tarde sería quien salvaría la vida de 19 personas en un siniestro “milagroso”.
ABC reportó en su edición del sábado 30 de agosto de 1980 que el día anterior “el piloto de un avión de Transporte Aéreo Militar falleció al precipitarse a tierra el aparato”. El accidente ocupó la tapa del diario de esa fecha.
En la crónica se mencionó que en el avión viajaban otras 19 personas, quienes se salvaron gracias a las maniobras del piloto, quien logró planear el aparato a tierra. “El aparato descendía rápidamente, antes de tocar tierra, el ala izquierda destrozó un árbol, entonces la cabina embistió y derribó la casa. El ala derecha echó otro árbol”, según el reporte.
Felipe Acuña, hijo del piloto fallecido, recordó la mañana en que se despidió de su padre. “Le avisaron del viaje a última hora, entonces él se preparó, agarró su vehículo y se fue”, contó.
El destino del vuelo era la isla Yacyretá, a la que los conscriptos iban para hacer verificaciones de seguridad ya que ese fin de semana iría a pescar allí el entonces presidente de la República.
Felipe, contó que él y su hermana Alice iban a la tarde al colegio. Vivían en la Villa Aeronáutica y luego del almuerzo, el transporte escolar de la Aviación pasó a buscarlos. Un poco después de las 14:30 ambos fueron retirados de sus aulas y los trasladaron hasta la casa de una familia amiga donde estuvieron hasta la noche, momento en que le informaron sobre la muerte de su papá. “A mi mamá no le vimos, después le contaron a mi hermana. A mí no me contaron, yo era muy apegado a mi papá”, comentó.
En la aeronave viajaban 15 soldados, un oficial, el copiloto, una mujer y su hijo. Todos estos resultaron con heridas, pero sobrevivieron al siniestro, gracias a que el piloto maniobró de forma tal que, al precipitarse el aparato, se destruyó por completo la cabina.
“La versión que nos dieron fue que él cuando sintió la falla del motor, para que no se incendie trató de llegar al río. Esos aviones tenían capacidad de flotar en el agua por un tiempo prudencial, para que la gente pueda saltar. En Lambaré cuando vio que al avión le costaba mucho (…) estaba muy cargado, cuando vio que el motor paró”, manifestó.
La gran proeza del piloto se dio cuando pidió a su copiloto – Juan Félix León- que tanto él como los demás pasajeros se ubiquen al fondo del avión. “Papá dijo ’este en cualquier momento va a caer el avión, voy a tratar de que caiga de punta para salvar la mayor cantidad de gente, a todos los que se pueda, lo más atrás posible”, relató.
León se negó al pedido, pero el mayor recalcó “es una orden”. Esta decisión del piloto salvó la vida de las 19 personas que viajaban en el avión que guiaba.
A cuatro décadas del siniestro, su hijo recuerda al aviador militar como alguien muy “familiero” que incluso renunció a ser piloto de Líneas Aéreas Paraguayas porque prefería hacer vuelos locales para estar cerca de sus seres queridos.
“La pericia del piloto evitó una tragedia mayor”
En la crónica del siniestro ABC destacó las palabras de uno de los militares que acudió al lugar del accidente minutos después de la caída del avión.
“Lamentamos lo ocurrido, pero podemos afirmar que gracias a la pericia del piloto Acuña, quien tenía vasta experiencia, más de 7.000 horas de vuelo, se evitó una tragedia mayor, porque logró planear con el aparato hasta que se precipitó a tierra”, expresó entonces el Teniente Coronel Manuel Vargas.