El artista plástico Emilio Raggini (32) ha realizado trabajos sobre instrumentos musicales, automóviles, murales y, por supuesto, lienzo. Nació en Asunción. Empezó a dedicarse a la pintura en 2009 y desde entonces ha logrado paulatinamente ir vendiendo sus obras.
Ahora, 10 años después, puede decir que vive exclusivamente de este oficio. Desde el año 2014 incursionó en el arte de los murales y se “enganchó” con esa forma de pintar. Realizó retratos de Roa Bastos, Mangoré y Kamba’i. También lo contrataron para hacer en vivo su arte arriba de un escenario.
Explica que su amor por el dibujo y la pintura nació a muy temprana edad, pero su impulso principal se dio en 2007, cuando viajó a España y conoció a un pintor rumano. “Él hacía retratos por encargo y a mí me gustó mucho, entonces yo me quedé con esa idea de que también podía hacer eso”, confiesa.
Arrancó esta carrera de resistencia, así como lo hizo el que lo inspiró, pintando cuadros por encargo. De a poco fue absorbiendo conocimiento desde varios lugares. “Me fui preguntando, hablando con otros artistas, leyendo libros, observando tutoriales, todos los materiales posibles. Mitad autodidacta y también adquirí algunos conocimientos por parte de otros artistas”, añade.
Reconoce que, si bien tiene obras que emergen de su creatividad, la mayoría se basa en trabajos que le solicitan. Ahora, uno de sus próximos objetivos es hacer una exposición para el año que viene, sobre una temática cuyos detalles prefiere omitir por el momento.
En cuanto a la influencia, afirma que se basó en varios artistas internacionales de corrientes antiguas. “Mi influencia es más de la pintura clásica, del renacimiento y el barroco. Me gusta mucho la pintura clásica, para mí es como la esencia de todo; es como el rock and roll clásico de los años ’50, ’60, ’70, ahí es donde hay mayor inspiración. De todo un poco voy sacando algo para crear mi propio estilo”, referencia.
Jugando con las dimensiones
Ya cuando Emilio se afianzó en su arte, renunció a los otros trabajos que realizaba en paralelo. Como decidió experimentar con varios tipos de técnicas y pinturas, llegó a pintar parte de instrumentos musicales de grupos nacionales como Bohemia Urbana, así como también plasmó su técnica en murales de plazas públicas.
“Para la capilla de San Juan María Vianney, por ejemplo, es una pintura que hice a escala real, tiene un efecto tridimensional, con esas cosas me gusta jugar un poco, la gente ve la pintura y de repente no sabe qué es pintura, qué es real y de repente se confunden un poco en la primera impresión”, sostiene.
En cuanto al tiempo que le lleva elaborar sus obras, explicó que por ejemplo hay murales que pueden tardar desde tres días hasta dos meses. “Lo que últimamente estaba pintando era algo más sacro, más religioso, de repente en capillas”, manifiesta.
Jaque mate independentista
Entre las obras de Emilio Raggini se encuentra este cuadro en el que se conjugan el deporte y la historia, una gran jugada. “Ese cuadro es una obra mía porque soy apasionado del ajedrez también, fui presidente del club de ajedrez de mi colegio. El que sabe un poquito de ajedrez y sabe de historia va a entender de ese cuadro porque todas las piezas están acomodadas en una jugada: están todos los personajes del 14 y 15 de mayo de 1811”, explica.
Agrega que muchos ya llamaron a preguntar por este cuadro, pero hasta el momento no fue vendido. Al ser consultado sobre los precios que pueden llegar a tener sus cuadros, explicó que, al igual que los murales, no es tan importante el tamaño del lienzo o de la pared, sino los detalles y el tiempo que lleve pintar la obra.
“El precio de ese es G. 3.500.000, tiene 65 cm de alto y 105 cm de largo. Más el enmarcado sería un medro y medio por ahí de largo”, acota.
Las obras hechas a partir de fotografías... ¿también vienen de su ingenio?
Emilio refiere que hace pinturas desde fotografías si la misma tiene buena resolución, momento en que añade su secreto: “Yo hago la foto”, entonces aclara por qué hasta las fotos que “calca” tienen que ver con su creación.
“Tengo mi cámara profesional. A veces me piden para regalo y quieren que sea sorpresa y ahí yo no puedo hacer nada. Si se va a hacer el cuadro, yo tendría que elegir la composición, la luz; que me dejen a mi cargo todo eso. Me gusta hacer eso, es como una condición: a mí me dan la idea, yo trabajo en esa idea y hago mi propuesta y, si les gusta, hacemos el trabajo”, subraya.
Comenta que lo que más le gusta es pintar retratos y paisajes, para lo cual en ocasiones también sale al exterior para hacer obras más frescas.
Perfeccionar la técnica para transferirla
Emilio relata que cada día más gente se comunica con él para solicitar algún trabajo y que inclusive a veces ya no puede tomar todos los encargos. Desea seguir mejorando su técnica, perfeccionarse. “Me gustaría algún día viajar para poder estudiar y reforzar un poco mi conocimiento. Acá no llegué a estudiar porque no me convenció mucho el nivel de enseñanza del arte en Paraguay”, aseveró.
En cuanto a la enseñanza, destaca que ya se dedicó a eso durante un par de años en un colegio de Filadelfia, mientras que en la actualidad lo hace de vez en cuando los sábados. “Como no cuento todavía con un lugar, con un espacio, no me animo todavía, pero sí estoy buscando un espacio donde durante por lo menos una vez a la semana pueda tener algunos alumnos y enseñar. Tengo como objetivo un taller, un espacio donde pueda enseñar, donde pueda exponer mis obras. Es una meta que tengo”, puntualiza.
Disciplina ante todo
El artista plástico manifiesta que desde que empezó nunca le faltó trabajo, por lo que recuerda que lo más importante en esta carrera es la resistencia, además del talento. “Hay gente que no se anima a dedicarse al arte porque sabe que es difícil; hay gente que le gusta pintar pero no lo hace siempre. Para mí es importante estar siempre en contacto con eso, no dejar nunca. Hay gente que me dice que sabe dibujar, pero muy pocas veces se le ve dibujando. Para mí eso es muy importante: ser constante. Mucha disciplina sobre todo, ahí es donde la mayoría se aplaza”, concluye.