Los había de todos los tamaños: unos sin orejas, otros orejones. Los había de pelos y ojos negros. Otros tenían un aspecto nórdico: rubios, de ojos azules. Había gordos, flacos, atléticos. Unos peludos, otros pelones.
Salían de los albañales, de las despensas, bajaban de las estatuas esparcidas en el parque. Solo o en patotas.
De un callejón salía una ratita… seguida de veinte ratones… ¡en fin!
Fueron apareciendo todas, pero todas, las ratas que habían fijado su residencia en Hamelín. El flautista continuó tocando la flauta, con graciosos movimientos de cabeza.
Y mientras tocaba su maravillosa melodía, fue dirigiéndose al río hasta llegar al puerto, allí se sentó al borde del muelle y continuó tocando.
Las ratas no se sentaron con él. Continuaron adelante, encantadas por el sonido de la flauta, hasta caer todas al río, donde se ahogaron.
No quedó ni una. Ni para muestra. El flautista se dirigió, entonces, a la alcaldía, para cobrar la recompensa.
Como el alcalde no le quiso pagar, el flautista se enojó mucho. Entonces empezó a ejecutar su flauta y salía de ella una melodía encantadora. Fueron acercándose todos los niños de la ciudad y empezaron a seguir al flautista hacia el bosque.
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Al día siguiente, los padres estaban muy preocupados por sus hijos.
Y es que el flautista se había ido hasta el pie de una montaña que él conocía muy bien. Al sonido de la flauta, la montaña se abrió y fueron entrando en una gran caverna todos los chicos que lo seguían. No quedó afuera ninguno.
Cuando todos los chicos lo seguían al flautista, también lo seguía de lejos, Freddy.
Freddy era un huerfanito rengo que siempre llegaba tarde a todas partes porque caminaba con mucha dificultad.
Por esta dificultad que tenía, los demás chicos no le hacían mucho caso, porque era un fastidio jugar con él, que los hacía impacientar, retrasándose siempre.
Entonces, Freddy, rengueando siempre, despacito, se acercó a los yuyos donde el flautista había tirado la flauta.
Al sonido de la flauta, la montaña comenzó a abrirse y empezaron a salir los niños.
Los niños volvieron con sus padres. A Freddy le adoptó un matrimonio de gente muy buena, sin hijos. Por aclamación popular, lo nombraron ciudadano dilecto de Hamelín.
El alcalde de esta historia desapareció y nadie más supo nunca nada de él. Ni tampoco del flautista.
Los trabajos volvieron a prosperar y todos vivieron felices. En Hamelín, de las ratas ya nadie se acuerda.
Actividades
1 Contesta.
a. ¿Quién es el protagonista de la historia?
b. ¿Qué pasaba en la ciudad de Hamelín?
c. ¿Qué dijo que podía hacer el flautista?
d. ¿Por qué el flautista se enojó con el alcalde?
e. ¿Qué hizo el alcalde?
f. ¿Qué hizo el flautista después?
g. ¿Qué pasó al final de la historia?
Título: El flautista de Hamelín
Adaptación: Raúl Silva Alonso
Editorial: El Lector