“El infierno son los otros”

Algún geek distraído que compró una Kindle fire o laptop que todavía no había llegado a Paraguay; la ama de casa que se surtió de azúcar o de leche más barata en Clorinda y el comensal que conseguía Pepsi del coreano cuando no se producía en el país tienen algo en común: podrían ir al infierno. Al menos, esa es la interpretación que hizo el presidente de la Unión Industrial Paraguay (UIP), Eduardo Felippo. “Dios perdona a todos, pero el que compra productos de contrabando todos los días, y si no se arrepiente, al infierno. Eso va a pasar”, había dicho el empresario, durante la inauguración de la Expo 2015.

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Es muy difícil saber qué opina un dios sobre el contrabando, sobre todo, cuando no hay evidencias de su existencia. Pero de igual manera, es bueno revisar la postura que tiene el titular de la UIP, institución que forma parte del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y ha creado la Universidad Paraguayo Alemana, UAP. Quizás el infierno sea una de las mayores ficciones creadas por nuestra especie para controlar el miedo de la población. Al miedo a la muerte, se sumó el miedo al infierno, que no es exclusivo de alguna cultura, sino que se fue trastocando en distinta época y con diversas ideologías.

Muy a pesar de que algunos quieran destronar al infierno de las religiones, sigue muy vigente. Para el catolicismo, el pecador va al reino del fuego eterno, a pagar condenas interminables por acciones breves durante su paso por la Tierra. Esto, principalmente, si no acepta al dios cristiano. El Jesús bíblico menciona varias veces Gehenna, el infierno judío, como algo real. Habla del “fuego que nunca se apaga” (Mt 5,22-29; 13,42-50). Versículos después, el mismo Jesús advierte que enviará a sus ángeles que recogerán a los pecadores para “lanzarlos al horno”.

El Vaticano señala que “las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con su destino eterno”. Los musulmanes también tienen su infierno, Yahannam, donde irán ateos y apóstatas a arder eternamente porque no siguieron las enseñanzas de Mahoma y del Corán.

Rememorar a Dante sería un recurso gastado, mejor recordemos a Borges, quien, en un famoso diálogo con Sábato, y alegando que Dios es “la máxima creación de la literatura fantástica”, señaló que la teología es literatura, o más específicamente “la perfección del género”. La teología fue quizás la principal disciplina con que se abrían las primeras universidades europeas en la Edad Media, pero aún así, creó las mayores historias ficticias que hasta el día de hoy asustan o dan esperanzas a la gente. El infierno formó parte de este legado, desde el Hades del mundo griego hasta la perjudicial secularizada pseudociencia del fin del mundo.

Hasta donde la geología nos informó, no hay infierno dentro del planeta Tierra y las fotos que tenemos, gracias, entre otros al telescopio espacial Hubble, del espacio exterior nos muestran galaxias en colapso o estrellas en formación, con altísimas temperaturas y mucho caos azaroso, pero no de lugares donde se pagan penas de habitantes de este Sistema Solar.

“L’enfer, c’est les autres” (El infierno son los otros), de Jean Paul-Sartre (que se encuentra en su obra teatral A puerta cerrada) hace una crítica a la moral, a los prejuicios y a la falta de libertad que pervive en la sociedad. La mirada del otro se hace más que importante, se hace existencial. En Paraguay tenemos esa clase de infierno, con las varias dictaduras, con la crisis económica del 95, con el Ycuá Bolaños, con la corrupción y quizás, con el contrabando, pero a escala presidencial.

equintana@abc.com.py

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