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Las cifras de lo que compran y hacen comprar son cada vez mayores e impresionantes. Para hacernos idea del volumen que representan, cito solamente datos del comercio de Estados Unidos, donde "el mercado infantil mueve 10.000 millones de dólares todos los años y se estima que los niños influyen todos los años en las compras familiares por valor de 130.000 millones de dólares" (Buckingham, 2000, pág 165).
El consumo como costumbre y el consumismo como actitud, movimiento y visión están cambiando la cultura, la conducta y los hábitos de las niñas, niños y adolescentes.
La dinámica del consumo les empuja no solo a sentir necesidad de adquirir frecuentemente (a lo mejor hasta compulsivamente) bienes, mercancías y experiencias y normalmente ceder a dicho sentimiento, sino también a crear y configurar deseos en relación con lo que se carece y con lo que se tiene.
Los especialistas de márketing y publicidad para ventas en el mercado infantil exploran cada día con más sagacidad e investigan en los cambiantes contextos actuales los gustos y las motivaciones características de estas edades para influir en sus apetencias, decisiones y opciones de compras. La extraordinaria sensibilidad y la vulnerabilidad de niños y adolescentes los convierten en fácil presa para los expertos en persuasión explícita, implícita y oculta.
Se plantea aquí un duelo constante entre los objetivos que busca la educación y los objetivos que persigue el consumismo. Mientras los educadores familiares y los profesionales trabajamos para que los menores logren progresivamente la mayor autonomía y autosuficiencia posible, los promotores del consumismo trabajan incansablemente para hacerlos permanentemente necesitados y dependientes.
El consumismo los incita incansablemente a nuevas necesidades, procurando que los menores (también los adultos) vivan en estado de conciencia de que siempre les falta algo para sentirse satisfechos y felices, y que ese algo no está en ellos mismos, sino en cosas que se consiguen comprándolas.
Se les crea así un estado psicológico de indigencia con sentimiento instalado de necesidad, que nunca se logra saciar. Asumen inconscientemente la convicción de que el gozo y la felicidad están vinculados a las cosas que se pueden tener, y al mismo tiempo acumulan estado de frustración, porque una vez tenidas esas cosas, les surge el deseo de otras al sentir las nuevas necesidades, que reiterativamente les están siendo provocadas.
Los efectos psicológicos, sociales y morales del avance del consumismo son muy negativos y están destruyendo valores fundamentales y necesarios para la formación y la maduración de los menores en el camino hacia su realización personal y social.
En este duelo está perdiendo la educación, porque la educación familiar y profesional no están equipando adecuadamente a los menores o, peor aún, porque son los mayores los que quieren ganarse a los menores pretendiendo comprarlos con más y más regalos normalmente superfluos.
Querer frenar el poder arrollador de los que crean, controlan e incluso manipulan el mercado infantil es ingenuo. Somos los educadores los que tenemos que revisar cómo estamos educando, cambiar nuestras estrategias y promover ciertas políticas educativas.
Estoy de acuerdo con algunos especialistas y propongo cuatro políticas educativas: Es posible y deseable una "alfabetización comercial", ya desde la primera educación inicial. En segundo lugar, actualizar la legislación sobre los "derechos de los niños" en cuanto que son consumidores, por ejemplo sobre denuncias de la manipulación con persuasivos ocultos. En tercer lugar, investigar y definir las "verdaderas necesidades culturales" que hoy tienen nuestros niños, niñas y adolescentes. Y, finalmente, incluir en la educación de la afectividad la capacidad de conducir personalmente los deseos y saber reaccionar ante las necesidades vitales y superfluas.
El consumo como costumbre y el consumismo como actitud, movimiento y visión están cambiando la cultura, la conducta y los hábitos de las niñas, niños y adolescentes.
La dinámica del consumo les empuja no solo a sentir necesidad de adquirir frecuentemente (a lo mejor hasta compulsivamente) bienes, mercancías y experiencias y normalmente ceder a dicho sentimiento, sino también a crear y configurar deseos en relación con lo que se carece y con lo que se tiene.
Los especialistas de márketing y publicidad para ventas en el mercado infantil exploran cada día con más sagacidad e investigan en los cambiantes contextos actuales los gustos y las motivaciones características de estas edades para influir en sus apetencias, decisiones y opciones de compras. La extraordinaria sensibilidad y la vulnerabilidad de niños y adolescentes los convierten en fácil presa para los expertos en persuasión explícita, implícita y oculta.
Se plantea aquí un duelo constante entre los objetivos que busca la educación y los objetivos que persigue el consumismo. Mientras los educadores familiares y los profesionales trabajamos para que los menores logren progresivamente la mayor autonomía y autosuficiencia posible, los promotores del consumismo trabajan incansablemente para hacerlos permanentemente necesitados y dependientes.
El consumismo los incita incansablemente a nuevas necesidades, procurando que los menores (también los adultos) vivan en estado de conciencia de que siempre les falta algo para sentirse satisfechos y felices, y que ese algo no está en ellos mismos, sino en cosas que se consiguen comprándolas.
Se les crea así un estado psicológico de indigencia con sentimiento instalado de necesidad, que nunca se logra saciar. Asumen inconscientemente la convicción de que el gozo y la felicidad están vinculados a las cosas que se pueden tener, y al mismo tiempo acumulan estado de frustración, porque una vez tenidas esas cosas, les surge el deseo de otras al sentir las nuevas necesidades, que reiterativamente les están siendo provocadas.
Los efectos psicológicos, sociales y morales del avance del consumismo son muy negativos y están destruyendo valores fundamentales y necesarios para la formación y la maduración de los menores en el camino hacia su realización personal y social.
En este duelo está perdiendo la educación, porque la educación familiar y profesional no están equipando adecuadamente a los menores o, peor aún, porque son los mayores los que quieren ganarse a los menores pretendiendo comprarlos con más y más regalos normalmente superfluos.
Querer frenar el poder arrollador de los que crean, controlan e incluso manipulan el mercado infantil es ingenuo. Somos los educadores los que tenemos que revisar cómo estamos educando, cambiar nuestras estrategias y promover ciertas políticas educativas.
Estoy de acuerdo con algunos especialistas y propongo cuatro políticas educativas: Es posible y deseable una "alfabetización comercial", ya desde la primera educación inicial. En segundo lugar, actualizar la legislación sobre los "derechos de los niños" en cuanto que son consumidores, por ejemplo sobre denuncias de la manipulación con persuasivos ocultos. En tercer lugar, investigar y definir las "verdaderas necesidades culturales" que hoy tienen nuestros niños, niñas y adolescentes. Y, finalmente, incluir en la educación de la afectividad la capacidad de conducir personalmente los deseos y saber reaccionar ante las necesidades vitales y superfluas.