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Amnistía Internacional calcula que entre marzo de 2011 y diciembre de 2015 el régimen de Al Asad mató en ese sitio entre 5.000 y 13.000 prisioneros. También ha recogido el testimonio de los pocos que lograron salir con vida de ese lugar, donde los reclusos están con los ojos vendados sin saber el destino que les espera hasta que sienten que les colocan la soga alrededor del cuello. Las ejecuciones se realizan, muchas veces, en una sola tanda.
Estas nuevas evidencias de la bestialidad del régimen sirio se producen a poco más de un mes que Al Asad ordenó el bombardeo de la localidad de Jan Sheijun, contra la población civil, utilizando armas químicas. A raíz de ello, murieron casi noventa personas, todas civiles, de las cuales, treinta eran niños. Sin embargo, la Coalición Nacional para las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria, eleva el número de víctimas a 100, entre ellas 25 niños y 15 mujeres, y unos 400 heridos.
La guerra civil de Siria, que muchos analistas califican como “guerra mundial de baja intensidad” se inició a comienzos de 2011, cuando se hablaba de la Primavera Árabe y de los vientos democráticos que soplaban en el mundo islámico. La Primavera tuvo diferentes finales, pero en Siria desató un enfrentamiento armado en el que se calcula han perdido la vida 420.000 personas y fueron desplazadas 4.800.000 que buscaron refugio en los países vecinos, especialmente Jordania y aproximadamente un millón en Europa, donde o no fueron acogidos o acogidos de mala gana.
En este momento, el conflicto es extremadamente complicado y participan, de alguna o de otra manera, además del ejército sirio leal a Al Asad y los rebeldes contrarios a su gobierno, Rusia, Estados Unidos, Turquía, Kurdistán, Irán, Irak, Arabia Saudita, Alemania, Francia, Bélgica, Dinamarca, Australia, Corea del Norte, Israel, Catar y Jordania, además de las milicias irregulares del Estado Islámico. Espero no haber dejado en el tintero a ninguno de los beligerantes.
Lo dramático de la situación es que Bachar al Asad no conoce límites; está dispuesto a las crueldades más bestiales, a una ferocidad que ha hecho que su nombre deba figurar hoy entre Hitler, Musolini, Franco, Stalin, Mao Tse Tung. Mientras tanto, las grandes potencias se han sumergido en un juego geopolítico en el que primero se encuentran sus intereses teñidos de aires imperiales (la Rusia de Putin), las glorias personales (Erdogan, su gobierno autocrático y su enfrentamiento con los kurdos) y los Estados Unidos, que mira desde lejos sin querer implicarse en este problema en el que más le preocupa el papel que juega Irán que el castigado pueblo sirio. Y en el fondo de este problema, o atrás de él, como se quiera, el milenario conflicto de chiíes y suníes que estalló pocos días después de la muerte de Mahoma en el año 632 y que se viene arrastrando hasta ahora. Si en casi 1.400 años no se logró encontrar el punto de encuentro entre ambas corrientes, difícil será que se llegue a un acuerdo a través de las armas, los crímenes en masa, las atrocidades de la guerra química, las ejecuciones en serie de quienes piensan de manera distinta y la decapitación de los “infieles”.
Se tiene que encontrar la manera de parar esta brutalidad pensando que no se trata de un problema de enfrentamiento de religiones ni de culturas; no es el Islam su origen, sino el afán de poder y de dominio de un pequeño, pequeñísimo grupo de seres que han demostrado estar dispuestos a sacrificar a quien sea necesario, incluso a su propio pueblo (que incluye mujeres, ancianos y niños) para sentarse sobre montañas de cadáveres y seguir reinando.
jesus.ruiznestosa@gmail.com