En defensa de las arcas del Estado, al Dr. Ayala nunca le importó la jerarquía de un militar ni la influencia de un civil para negarse con energía, sin miedo, de frente, a pedidos que consideraba superfluos para la marcha del país. Toda su naturaleza de funcionario estaba al servicio de su patria. A ello se debe, en gran medida, el resultado de la Guerra del Chaco. Su previsión de estadista hizo que ahorrara, centavo a centavo, para la adquisición secreta de las armas que el país necesitaba; para capacitar en el extranjero a militares que podrían ayudar en la defensa de la patria. El victorioso conductor de la guerra, José Félix Estigarribia, fue uno de ellos.
Al mismo tiempo de preparar el país para una guerra que veía venir, se preocupó con la misma pasión por la educación.
De muy joven se dio por entero a la política. Tenía nobles ambiciones. Sabía que para realizarlas tenía que capacitarse. Y así lo hizo. Casi 10 años en Europa lo devolvieron inmenso. Le ayudaron también a tener una visión descarnada de la realidad social y política del país. Criticaba con severidad la ignorancia y la inmoralidad de los políticos.
Sabía que conducir el país es el más elevado honor para el ciudadano. Por ello mismo, para honrar el cargo, necesita cultivar su talento, conocimiento de la administración del Estado, predisposición para servir y una sólida moral.
Una anécdota, de las muchas que se conocen, retrata al Dr. Eligio Ayala. De regreso al ministerio de Hacienda, luego de ocupar el Palacio de Gobierno, el presidente José P. Guggiari le pide el nombramiento de un secretario. Ayala le responde que no hay rubro y si quiere un secretario que le pague de su bolsillo.
Dijo el Dr. Eligio Ayala: “Los puestos públicos, la presidencia de la República, los ministerios, los cargos de senador y diputado, son considerados como títulos de la consideración pública de prestigio, de distinción social. La única aristocracia paraguaya es la aristocracia de los altos funcionarios públicos. Un elevado cargo público ejerce una fascinación misteriosa en la opinión pública; sugestiona, atrae, excita la admiración, la envidia, cierta muda idolatría.
“El comerciante –sigue diciendo– que con brillante talento para los negocios y con su trabajo perseverante e inteligente ha hecho fortuna; el poeta que ha escrito inspirados versos; el catedrático de la universidad; el que diserta y escribe con sagaz penetración; el juez probo y recto; el militar, el periodista, todos viven en triste oscuridad, ignorados, desdeñados si no ocupan un elevado puesto político, si no son senadores, diputados o ministros. Bien por el contrario, cualquier mentecatillo gozará de todas las reputaciones de la economía, de la finanza, jurisconsulto, poeta, estratega y geómetra, desde que le caiga en suerte un puesto público”.
Estas pocas palabras definen al estadista deseoso de un país mejor.
Eligio Ayala falleció en un enredo amoroso a los 50 años de edad, el 24 de octubre de 1930. Tuvo dos volcánicas pasiones: la patria y una bella dama. La patria y la dama le fueron infieles.