La Agencia Espacial Europea (AEE) lanzó la sonda Euclid al espacio el pasado 1 de julio con el objetivo de elaborar un mapa tridimensional del Universo mediante la observación de miles de millones de galaxias a 10.000 millones de años-luz, en más de un tercio del cielo, informó EFE.
Para lograr su objetivo, el telescopio debe mantenerse estable y en plenas capacidades durante los seis años que durará su misión, que pretende arrojar luz sobre la materia oscura y la energía oscura que ocupan más del 95% del universo.
Kohley explica que, el pasado noviembre, mientras afinaban y calibraban los instrumentos del telescopio y se preparaban para el inicio del primer sondeo de la misión, observaron una pequeña pero progresiva disminución de la cantidad de luz medida de las estrellas observadas.
“Decidimos comparar la cantidad de brillo que estaba registrando Euclid con la que había recogido la misión Gaia de la ESA de esas mismas estrellas, y vimos una pérdida de visión de aproximadamente un 10%”, explica.
Lea más: Ola de calor: Los últimos 10 años fueron los más cálidos
Algunas estrellas del Universo varían en su luminosidad, pero la mayoría son estables durante muchos millones de años, “por eso, cuando nuestros instrumentos detectaron una débil y gradual disminución de los fotones que llegaban, supimos que no eran ellas, sino nosotros”.
La causa
La incidencia está dentro del rango de sucesos que los científicos podían prever: parte de las moléculas de agua absorbidas del aire durante el ensamblaje de la sonda en la Tierra no fue eliminada por los procedimientos pensados para ello.
Posteriormente, estas moléculas han acabado congeladas en los espejos de la óptica de Euclid, dado el ambiente glacial en que se encuentra la sonda, a 1,5 millones de kilómetros.
Aunque el grosor de estas moléculas de agua es microscópico: entre unos pocos nanómetros y unas pocas decenas de nanómetros (equivalente a la anchura de una cadena de ADN) , la sensibilidad del telescopio es tan alta que esas partículas diminutas han logrado restarle un 10% de visión.
Mientras prosiguen las observaciones y la ciencia de Euclid, los equipos han ideado un plan para comprender dónde se encuentra exactamente el hielo en el sistema óptico y mitigar su impacto ahora y en el futuro, si sigue acumulándose.
La opción más sencilla para acabar con el hielo sería enviar la orden de encender todos los calefactores de a bordo de la nave varios días, aumentando lentamente la temperatura desde unos -140 grados centígrados hasta -3 grados, algo parecido a lo que se hizo cuando la sonda Gaia tuvo un problema similar.
Pero los investigadores temen que al calentar toda la estructura mecánica de la nave, los materiales se dilaten y no vuelvan al mismo estado tras el enfriamiento afectando a esta misión tan sensible que requiere unas condiciones muy estables de temperatura.
Por eso, los científicos han decidido comenzar calentando individualmente las partes ópticas de bajo riesgo de la nave, situadas en zonas donde es improbable que el agua liberada contamine otros instrumentos u ópticas, indica Kohley, quien detalla que de momento han comenzado por dos espejos de Euclid que pueden calentarse independientemente.
A lo largo de la misión se seguirán liberando pequeñas cantidades de agua en el interior de Euclid, por lo que los investigadores reconocen que se necesita una solución a largo plazo para descongelar regularmente su óptica sin ocupar demasiado tiempo de la misión