Un siglo después de que Tokio fuera destruida por el Gran Terremoto de Kanto de 1923, la capital japonesa no se parece en nada a la que vivió ese sismo de 7,9 grados y dejó 105.000 muertos.
La ciudad de edificios bajos, en su mayoría de madera, fue destruida por segunda vez en los bombardeos estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial y fue sustituida por una megalópolis de hormigón armado.
El desastre del 1 de septiembre de 1923 marcó “el inicio del diseño estructural sísmico en Japón”, indica Yoshiaki Nakano, un ingeniero experto en terremotos del Instituto Nacional de Investigación de Ciencias de la Tierra y Resiliencia ante Desastres (NIED).
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Al año siguiente, Japón presentó su primer código de construcción antisísmico.
Un siglo de esfuerzos en Japón incluye monitoreo
Estos parámetros han sido ampliados, incorporando las lecciones de otros temblores en el archipiélago, que registra cerca de 10% de los terremotos del mundo.
El código sísmico japonés es uno de los más estrictos del mundo, señala Nakano a AFP.
“Básicamente, un edificio japonés requiere una mayor fortaleza relativa” que en otros sitios, explica, al remarcar la importancia de un monitoreo meticuloso del cumplimiento.
“El mecanismo de supervisión y revisión del diseño y la construcción in situ es un factor muy importante para asegurar la calidad de la estructura y el comportamiento del edificio durante los terremotos”, añade.
Un terremoto en 2011 provocó un mortal tsunami frente a la costa noreste, pero en Tokio el daño fue menor: algunas torres oscilaron por varios minutos, causando un cierto temor, pero no se derrumbaron.
Un siglo de esfuerzos en Japón contempla rascacielos con amortiguadores
Las estructuras iniciales han sido adaptadas con las medidas antisísmicas adicionales que se encuentran en las torres modernas.
Se instalan grandes cojines de hule bajo los cimientos para aislarlos de la vibración del suelo, se distribuyen amortiguadores en los pisos y algunos incluso colocan en la parte alta péndulos de cientos de toneladas para contrarrestar el movimiento del edificio durante un sismo.
La Torre Toranomon Hills Mori, construida en 2014 con más de 247 metros de altura, tiene estos sistemas antivibración sísmica, incluyendo 516 amortiguadores de aceite, cada uno con un gato elevador ancho de 1,7 metros de largo.
“Se estira y encoge repetidamente en caso de terremoto. Luego se calienta porque la energía del terremoto se transforma en calor y se libera”, explica a AFP Kai Toyama, ingeniero estructural del gigante inmobiliario Mori Building.
“Con ello se puede controlar el temblor de todo el edificio”, agrega.
Prevención de desastres
Después de que el terremoto de Kobe de 1995 dejara más de 6.000 muertos, se intensificó también el fortalecimiento de los estándares de resistencia en las casas nuevas de madera y se pusieron al día edificios más antiguos que databan de la última gran actualización del código de construcción, de 1981.
El sismo de 1923 también fue “una llamada de alerta para Japón”, destacó Nakano. “No solo para los ingenieros, sino para todos”.
Desde 1960, Japón conmemora el 1 de septiembre el Día de Prevención de Desastres.
En esa fecha, numerosos niños, trabajadores y empleados públicos realizan ejercicios de simulación en caso de un gran sismo.
Aún vulnerable
Estas medidas de precaución se intensificaron tras el terremoto de 2011, que causó grandes atascos viales en Tokio y la suspensión del transporte público, recuerda Hosoda, actual gerente de desastres en Mori Building.
Pese a todos estos esfuerzos, algunos expertos creen que Tokio continúa siendo vulnerable a los terremotos y a otros desastres naturales, como las inundaciones.
Los distritos orientales de la capital están construidos sobre suelos inestables y proclives a las inundaciones y aún hay antiguas casas de madera.
La reconstrucción de Tokio en la posguerra fue “anárquica” y “priorizó el desarrollo económico sobre la construcción de una ciudad resiliente”, lamentó el sismólogo Masayuki Takemura.
También señaló una “concentración excesiva de rascacielos” y la construcción de áreas residenciales en islas artificiales, lo que aumenta el riesgo de aislamiento en caso de un desastre natural.
Los expertos afirman que hay un 70% de posibilidades de que un potente terremoto impacte en Tokio en los próximos 30 años.