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Algunos antropólogos sostienen que factores tales como el exceso de calor o bien ciertos atavismos heredados de la cultura que nos dio origen explicarían una suerte de desapego hacia la actividad laboral o un bajo desempeño en el ejercicio de la misma. Sin embargo, cuando los compatriotas emigran a otros países, abandonan sin mayor cuestionamiento las costumbres que aquí consideraban prácticamente improfanables y adoptan el ritmo de trabajo que exige la nueva cultura. Se ve así que en nuestro país existen patrones culturales que influyen para mantenernos en el subdesarrollo.Mucho se ha debatido en distintos ámbitos acerca de si los paraguayos somos o no apegados a la cultura del trabajo. Algunos antropólogos sostienen que factores tales como el exceso de calor o bien ciertos atavismos heredados de la cultura que nos dio origen explicarían una suerte de desapego hacia la actividad laboral o un bajo desempeño en el ejercicio de la misma.
En nuestro país podemos observar y analizar, por ejemplo, entre otros, el curioso caso de los obreros de la construcción. Estos suelen llegar a su lugar de trabajo en horas muy tempranas de la mañana, en muchos casos antes incluso de las 6:00. Como deben insumir una cantidad de tiempo para trasladarse a la capital, ya que provienen de zonas relativamente distantes de ella, muchos de ellos se presentan a la obra sin haber tomado el desayuno en sus respectivos hogares.
De esta manera, a las dos o tres horas de haberse iniciado la tarea ya realizan su primer descanso para consumir la primera refacción del día, actividad en la que se invierten 30 minutos. El segundo paréntesis, como es lógico, se produce en horas del mediodía, cuando todos se aprestan a almorzar, entre las 12:00 y las 13:00.
Dos horas después, a las 15:00, se registra la tercera pausa, una media hora, momento que suele ser dedicado a participar en rondas de tereré, descanso momentáneo y conversaciones de todo tipo. Por último, todo acaba a las 17:00, cuando cada obrero pone término a sus actividades y comienza el camino de retorno a sus hogares. El rito descrito es prácticamente sagrado en el Paraguay, y todo aquel que ose cuestionarlo será inmediatamente tildado de explotador.
Lo llamativo del caso es que estos mismos compatriotas, cuando por diversas circunstancias del destino optan o se ven forzados a emigrar a Buenos Aires, Nueva York o alguna ciudad española, abandonan sin mayor cuestionamiento las costumbres que aquí consideraban prácticamente improfanables y adoptan el ritmo de trabajo que exige la nueva cultura.
En aquellos lugares del mundo ningún contratista tolera que alguien pueda parar las actividades laborales apenas dos horas después de iniciadas, para tomar el "desayuno". Si el problema es que el obrero no pudo recibir esta refacción inicial del día porque vive lejos, lo lógico es que la jornada de trabajo comience más tarde, pero de ninguna manera que súbitamente se suspendan las tareas y, con ellas, el ritmo de la faena.
En este sentido, sería muy aconsejable que el Paraguay supere el horario actualmente vigente, más propio de la apacible década de 1940, cuando no teníamos que competir con nadie, que de los vertiginosos momentos del presente, cuando el que no corre, vuela.
Por lo demás, esta situación de rápida adaptabilidad al entorno se registra en muchos otros órdenes de la vida, porque es más que seguro que ninguno de esos compatriotas que tiran latitas de gaseosa o cerveza desde un colectivo o un auto último modelo, o vacían de yerba la guampa de su tereré con sus vehículos en marcha en medio del pavimento ante la vista y asombro de los transeúntes, abrigaría en su mente ni por un solo segundo la posibilidad de comportarse con el mismo nivel de vulgaridad en otro lugar del planeta.
Todo lo cual nos lleva a concluir que en el Paraguay existen patrones culturales que son verdaderos atavismos y vicios que influyen mucho para mantenernos, lamentablemente, sumidos en el atraso y el subdesarrollo, pero que cuando las circunstancias nos condicionan, somos capaces de superarnos y ponernos a la altura del lugar y el momento en que nos encontramos.
Es de esperar que los líderes sindicales y empresariales de nuestro país comiencen a reflexionar debidamente sobre esta realidad, que nos llevará, sin lugar a dudas, a desarrollar un oportuno sentido crítico acerca de nuestras pautas de conducta, y hacer el esfuerzo necesario por demostrar cada día un más decidido apego a la cultura del trabajo. Construir un país más justo y acorde con nuestras propias expectativas también depende de cada uno de nosotros, y no solamente de lo que desde arriba se haga para mejorar nuestra sociedad.
En nuestro país podemos observar y analizar, por ejemplo, entre otros, el curioso caso de los obreros de la construcción. Estos suelen llegar a su lugar de trabajo en horas muy tempranas de la mañana, en muchos casos antes incluso de las 6:00. Como deben insumir una cantidad de tiempo para trasladarse a la capital, ya que provienen de zonas relativamente distantes de ella, muchos de ellos se presentan a la obra sin haber tomado el desayuno en sus respectivos hogares.
De esta manera, a las dos o tres horas de haberse iniciado la tarea ya realizan su primer descanso para consumir la primera refacción del día, actividad en la que se invierten 30 minutos. El segundo paréntesis, como es lógico, se produce en horas del mediodía, cuando todos se aprestan a almorzar, entre las 12:00 y las 13:00.
Dos horas después, a las 15:00, se registra la tercera pausa, una media hora, momento que suele ser dedicado a participar en rondas de tereré, descanso momentáneo y conversaciones de todo tipo. Por último, todo acaba a las 17:00, cuando cada obrero pone término a sus actividades y comienza el camino de retorno a sus hogares. El rito descrito es prácticamente sagrado en el Paraguay, y todo aquel que ose cuestionarlo será inmediatamente tildado de explotador.
Lo llamativo del caso es que estos mismos compatriotas, cuando por diversas circunstancias del destino optan o se ven forzados a emigrar a Buenos Aires, Nueva York o alguna ciudad española, abandonan sin mayor cuestionamiento las costumbres que aquí consideraban prácticamente improfanables y adoptan el ritmo de trabajo que exige la nueva cultura.
En aquellos lugares del mundo ningún contratista tolera que alguien pueda parar las actividades laborales apenas dos horas después de iniciadas, para tomar el "desayuno". Si el problema es que el obrero no pudo recibir esta refacción inicial del día porque vive lejos, lo lógico es que la jornada de trabajo comience más tarde, pero de ninguna manera que súbitamente se suspendan las tareas y, con ellas, el ritmo de la faena.
En este sentido, sería muy aconsejable que el Paraguay supere el horario actualmente vigente, más propio de la apacible década de 1940, cuando no teníamos que competir con nadie, que de los vertiginosos momentos del presente, cuando el que no corre, vuela.
Por lo demás, esta situación de rápida adaptabilidad al entorno se registra en muchos otros órdenes de la vida, porque es más que seguro que ninguno de esos compatriotas que tiran latitas de gaseosa o cerveza desde un colectivo o un auto último modelo, o vacían de yerba la guampa de su tereré con sus vehículos en marcha en medio del pavimento ante la vista y asombro de los transeúntes, abrigaría en su mente ni por un solo segundo la posibilidad de comportarse con el mismo nivel de vulgaridad en otro lugar del planeta.
Todo lo cual nos lleva a concluir que en el Paraguay existen patrones culturales que son verdaderos atavismos y vicios que influyen mucho para mantenernos, lamentablemente, sumidos en el atraso y el subdesarrollo, pero que cuando las circunstancias nos condicionan, somos capaces de superarnos y ponernos a la altura del lugar y el momento en que nos encontramos.
Es de esperar que los líderes sindicales y empresariales de nuestro país comiencen a reflexionar debidamente sobre esta realidad, que nos llevará, sin lugar a dudas, a desarrollar un oportuno sentido crítico acerca de nuestras pautas de conducta, y hacer el esfuerzo necesario por demostrar cada día un más decidido apego a la cultura del trabajo. Construir un país más justo y acorde con nuestras propias expectativas también depende de cada uno de nosotros, y no solamente de lo que desde arriba se haga para mejorar nuestra sociedad.