Los 57 años de ABC Color: Evocación de hechos y de personalidades

¡Cincuenta y siete años! Es el tiempo que llevo pegado a la vida del diario que me permitió el privilegio de conocer a muchos periodistas y tratar muy de cerca a algunos de ellos, conocerlos, quererlos, recordarlos siempre. También me cupo la ocasión de informar sobre acontecimientos novedosos, pintorescos, dramáticos, algunos de los cuales -muy pocos por razones de espacio- voy a evocarlos.

Nuestro fundador y director, Aldo Zuccolillo, el día de la reapertura de ABC Color, el 22 de marzo de 1989, controlando los ejemplares en la sala de máquinas.Archivo, ABC Color
audima

En 57 años de un periódico quedan registrados los hechos que influyeron, para bien o para mal, en la vida nacional. Allí están, en el diario, las penalidades de una dictadura feroz y la esperanza de una democracia que sigue siendo esperanza.

Aldo Zuccolillo

Su avasalladora personalidad se extendió en el escenario nacional por un poco más de 50 años. Apasionado y apasionante, hizo del periodismo el valioso instrumento para medir el grado de compromiso de la gente, en especial de los políticos, con el presente y el futuro del país.

Le gustaba que se lo entendiese, que no quedase nada que adivinar en sus palabras. Hablaba claro y recio. El bienestar del país era su obsesión. Meditaba largamente un proyecto para luego, una vez decidido, largarse sin ataduras en procura de que se realizara. Fue un hombre libre, no la libertad que da el dinero, sino la libertad sin compromiso con nadie más que consigo mismo, con su conciencia, con su ética, con su patriotismo.

Aldo Zuccolillo, fundador de ABC Color en 1967.

Se rodeó de buenos colaboradores periodísticos, administrativos y técnicos que tuvieron la misión de trabajar -con Zuccolillo a la cabeza-, de diseñar no solo un nuevo periódico sino el rumbo de una nueva prensa en el Paraguay.

Y así fue. Con la incorporación del sistema offset, entonces novedoso, y la opinión editorial diaria, se inauguró en nuevo tiempo en el periodismo nacional. Desde un comienzo Zuccolillo dimensionó la importancia de opinar sobre los asuntos nacionales y, si cabían, las internacionales. Priorizó las cuestiones domésticas porque tenía del periodismo la idea de un formidable instrumento para ayudar al país a pensar, debatir, discutir sus problemas. Fue así que desde el primer día, hasta el último de su vida, hizo de ABC Color el medio que hacía de la actualidad nacional una cuestión esencial para la controversia, la crítica o el elogio.

Con Aldo Zuccolillo no sólo se fue un empresario periodístico, también un periodista inmenso que hizo de su vocación la razón misma de su vida. Su labor diaria -que se extendía por varias horas- consistía en leer e interpretar la realidad del país en todos los órdenes. Nada escapaba a su curiosidad, preocupación, deseo de servir. Siempre encontraba motivos que pusieran en marcha su sensibilidad social e instinto político. Fue el azote de los corruptos que hacen de la función pública su manera fácil de vivir bien; y la mano amiga hacia quienes necesitaban su apoyo.

Una de las tantas veces en que nuestro director fue preso a Tacumbú, durante la persecución de la dictadura stronista.

Su constante prédica porque las autoridades mejorasen las condiciones de vida de toda la población, le valió la clausura del diario en 1984; pero previamente había conocido la cárcel y la más encendida ofensa proveniente de los sectores políticos a los que combatía con honor y con justicia.

Cuando se reabrió el diario en 1989, al cabo de cinco años de clausura, ABC Color se presentó como en su inicio: la incorporación de la nueva tecnología. Las computadoras hicieron más ágil el diario, pero siguió con la preocupación original: informar sobre todos los sucesos y opinar sobre los acontecimientos más relevantes.

En lo personal, a través de 50 años de trabajar juntos, aprendí a valorar cada día su incalculable capacidad de absorber los insultos mas soeces. Estaba muy seguro que él no era como sus ofensores. No lo fue nunca.

Alfredo Seiferheld

Entre las personas imprescindibles para guiarnos con su ejemplo en los momentos dificiles para el país, como los que hoy padecemos, me acuerdo de Alfredo Seiferheld, de su integridad, inteligencia, sólida formación académica. Y por encima de todo, su humanidad. Fue periodista e historiador. Conocía el pasado del Paraguay del revés y del derecho. Y del presente nos hablaba con una aguda observación que nos permitía desentrañar los problemas. ¡Qué falta nos hace hoy su voz serena y honrada!

Alfredo Seiferheld.

Desde 1975 venía colaborando con ABC Color especialmente con artículos referidos a la filatelia. Se lo contrató en 1980 como periodista y editorialista.

Alfredo nació en Villarrica en 1950 y murió en Asunción en 1988. Pese a su corta vida dejó trabajos esenciales. Sus entrevistas para la revista dominical de ABC Color fueron un aporte singular para el conocimiento del pasado reciente del país. Llevaron el título de “Conversaciones Político-militares”, luego publicadas en cuatro volúmenes.

Esas “conversaciones” reúnen las ideas, reflexiones, relatos, experiencias, de las más diversas personalidades que de un modo u otro contribuyeron a hacer la historia de nuestro país en un tiempo determinado. Luego se reunieron en dos volúmenes tales trabajos con el acertado título de “Testimonios para la historia del Paraguay en el siglo XX”.

Son testimonios personales, emocionales, recuerdos, que fácilmente un estudioso los puede contrastar para darnos nuestra historia del siglo XX mediante algunos de sus principales protagonistas en todos los órdenes de la actividad nacional

Helio Vera

Su empleo del humor está lejos de la frivolidad. Al contrario, detrás de la sonrisa volteriana que salta de su ingenio desbordante se halla el rigor de un pensamiento crítico.

Periodista y escritor de una sólida cultura -también abogado, pero no le viene por ahí su sabiduría- es autor de algunas de las obras esenciales de la literatura nacional.

“En busca del hueso perdido”, admirable y vasto estudio de nuestra cultura, revela sus conocimientos, reflexiones, preocupaciones por la índole paraguaya. La desnuda, la pone del derecho y del revés, la secciona, y nos presenta como el espejo inclemente que retrata nuestra alma. De la sonrisa amable nos conduce a la gravedad de la reflexión y de nuevo al descanso placentero de su humor y de su ironía.

Helio Vera, periodista y escritor que comenzó en ABC Color.

Helio Vera ve las cosas del lado que nadie observa. Por eso sus artículos periodísticos iluminan e inquietan. Se puede disentir con ellos, pero nunca dejar de admirar su estilo, su escritura deslumbrante, su dominio de la palabra a la que somete a su entera voluntad. Domina igualmente el guaraní, lo que demuestra que una lengua no entorpece a otra, salvo a los torpes.

Helio se inició en el periodismo profesional en 1967, en este diario, donde le conocí ese mismo año en los trajines de una aventura incierta, como el inicio de toda empresa periodística. El jefe de redacción, Humberto Pérez Cáceres, le tenía una admiración como a ningún otro periodista. Se asombraba -como nos asombrábamos todos- de la facilidad y rapidez con que escribía una información, un comentario, un reportaje, lo que sea. Lo hacía con las piernas cruzadas y silbando briosas polkas o alguna melodía pasada de moda, sin perder la concentración.

Por esas cosas de la química, pronto nos hicimos amigos. Le visitaba con frecuencia en su piso de soltero, lleno de libros, en un edificio del barrio San Antonio. Estudiaba derecho y practicaba guitarra. Se acompañaba silbando hasta que alguien le dijo que cantara. Preferí el silbido.

El periodista y escritor Helio Vera.

Nos íbamos a almorzar -las veces que podíamos darnos ese raro lujo- en un restaurante de la avenida José Félix Bogado. Nunca supimos si la comida era deliciosa o no por culpa de dos bellas muchachas que nos atendían con exquisita amabilidad. No era para menos. En vez de salario tenían comisión. Al ser conscientes de su belleza levantaban entre nosotros un cerco no tan elevado que nos permitía regresar con la misma esperanza y despedirnos con la misma frustración.

En otros sitios se sumó a los almuerzos un amigo a quien queríamos entrañablemente, Alfredo Seiferheld, también guaireño y con un sentido del humor indescifrable. Nunca sabíamos en qué momento ni por qué reírnos cuando nos contaba algo que suponía gracioso. A Alfredo le pasaba lo mismo con nuestros chistes que le dejaban en silencio. Claro, se ponía a analizar el alcance social, filosófico o histórico.

Participar con Helio en un panel le obligaba a uno a situarse en segundo plano si no quiere exponerse a un papelón. Con sus conocimientos, su humor, sus filosas reflexiones, enseguida atrapaba al auditorio que ya nada quería saber de nadie más. Helio podía hablar por todos, porque sabía más que todos.

Hay una urgencia extrema porque el país se ilumine con la inteligencia de sus mejores hijos. Helio Vera lo sigue siendo a través de sus escritos

Enrique Bordenave

Cuando recién le conocí al doctor Enrique Bordenave, en coincidencia con la aparición de ABC Color, me parecía una persona ganada por la tristeza. Pronto sus editoriales me hicieron cambiar de idea. Su notable sensibilidad le hacía sufrir los acontecimientos que sacudían con fuerza al país. Era un vendaval de la corrupción y los atropellos a los derechos humanos. Le dolían las injusticias instaladas en los tribunales y la prepotencia en la política.

Los escritos de Bordenave son un estallido de indignación expresado con la elegancia de las personas cultas. Nunca necesitó de la vulgaridad para dibujar sus ideas. Correcto en todo, lo era también como periodista que sentía los males que se aplicaban al país. Hombre de derecho, nunca silenció una injusticia. No porque fuera abogado sino, además y sobre todo, por su dimensión humana.

Enrique Bordenave.

De extraña modestia, nunca valoró en su justa medida su inmenso talento. Tampoco se daba cuenta -o parecía no darse cuenta- de que era un raro ejemplo de una rara honestidad a la que no le daba importancia porque le resultaba enteramente natural. No entendía que se pudiese ser de otra manera.

En los almuerzos semanales con un grupo de amigos era posible apreciar su vasto conocimiento en casi todas las disciplinas del saber humano. Le gustaba hablar, sabía hacerlo, pero también sabía callarse para escuchar con respeto las otras opiniones. Si no estaba de acuerdo con ellas, explicaba el motivo con argumentos casi irrefutables.

Con la edad, que siempre viene mal acompañada, fue dejando de escribir pero no de reflexionar sobre los acontecimientos nacionales. Cada vez se lo veía menos por la redacción. Y esas veces seguía expresándose con dolor, con pesimismo, sobre lo que nos venía aconteciendo como país que no termina de construir la democracia. Donde más falencia encontraba era en lo que él había sido un ejemplo admirable: el Poder Judicial. Fue un respetado juez. Todos sus actos hacen acordar el consejo de Don Quijote a su escudero: “...Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con la misericordia”.

Con Enrique Bordenave el diario y el país perdieron a un hombre bueno, honrado y talentoso.

Muchos más profesionales, en todas las áreas, hicieron de ABC Color un diario útil a la sociedad.

alcibiades@abc.com.py

Lo
más leído
del día