Cero opción fácil en Venezuela

Así es, quienes crean que la solución al conflicto de Venezuela es cuestión de días, se equivocan. Una cosa es saber que Maduro es un dictador que usurpó el poder y otra muy distinta, despojarle del mando.

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Las dictaduras, no importa que sean de izquierda o de derecha, se caracterizan precisamente por capturar el poder y quedarse ahí todo el tiempo que puedan, utilizando la fuerza militar, la violencia, la represión, el asesinato de los opositores y el envío al exilio de los disconformes. Si lo sabremos nosotros, los paraguayos, que tuvimos que aguantar los 30 años de la tiranía stronista.

Es cierto que en la sociedad contemporánea, sobre todo en América Latina, las dictaduras ya no están de moda, forman parte de un pasado oscuro, terrible y fracasado de nuestra historia. Pero ahí está Maduro, hijo bastardo del militar golpista Hugo Chávez, pretendiendo establecer una nueva Cuba en territorio sudamericano, con la ayuda de una potencia mundial autoritaria como Rusia y la mirada cómplice del gigante chino.

También es verdad que casi todos los países democráticos del mundo desconocen la autoridad del dictador y han otorgado un respaldo público al titular de la Asamblea Nacional, el presidente encargado Juan Guaidó.

Efectivamente, millones de venezolanos, dentro y fuera de la nación caribeña, proclaman que el presidente legítimo es Guaidó; las manifestaciones multitudinarias en decenas de ciudades así lo confirman, pero...

Maduro no está muerto, sino vivito y coleando con fuerza. Lo respaldan internamente los altos comandos militares que, a su vez, son jefes de la Mafia de los Soles, administradores del tráfico de drogas, en coordinación con grupos guerrilleros colombianos.

También apoyan al tirano los miles de funcionarios estatales, obligados y arreados a concurrir a las manifestaciones públicas, con su vestimenta colorada (¡ay, qué imágenes tan parecidas a las de grandes concentraciones stronistas!).

Un balance rápido mostraría que Guaidó tiene a su favor a la mayoría de la población venezolana, a la iglesia Católica, a las grandes naciones demócratas del mundo, incluyendo a Estados Unidos, pero Maduro está instalado en el palacio de gobierno y tiene bajo sus órdenes a las fuerzas armadas, a la policía, a los funcionarios públicos y a civiles espías y armados , una figura muy similar a nuestros odiados pyragüe.

Mucha gente piensa que Estados Unidos puede resolver este problema en un par de horas con una rápida y eficiente intervención militar. Los que vieron muchas películas podrían creer que con un Rambo y un Tirador, la cuestión se resuelve.

La opción militar no es recomendable porque toda guerra se sabe cuándo comienza pero no cuándo y cómo terminará. A ningún país sudamericano conviene que se instalen, en nuestro vecindario, rendiciones de Vietnam, Corea, Iraq, Siria, etc.

A cualquier persona medianamente razonable, honesta y amante de la paz y de la libertad, le gustaría que el horror del régimen de Maduro termine y que Venezuela retorne al seno de las naciones democráticas. Tal sueño no es nada fácil de convertir en realidad. Como todo dictador, Maduro se engaña a sí mismo pensando que él es el dueño del poder, del presente y del futuro de su nación, sin importarle lo que afirmen millones de sus compatriotas y los más destacados jefes de Estado del planeta. Su mano derecha, el tenebroso Gral. Diosdado Cabelo, ya adviertió que “pasarán sobre nuestros cadáveres” quienes quieran expulsarlos del gobierno.

Pedir a los yanquis que intervengan militarmente es una navaja de doble filo; no podemos olvidar los pésimos antecedentes de tropas norteamericanas en otras naciones.

Entonces, solo nos queda la loable iniciativa del Grupo de Lima que busca terminar con el régimen de Maduro e instalar la democracia mediante elecciones libres pero a través de métodos pacíficos, una tarea harto difícil y engorrosa, pero con empeño y paciencia, tal vez se llegue a la meta deseada.

ilde@abc.com.py

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