Los sinuosos senderos del estronaje

La dictadura militar de Alfredo Stroessner se basó en mentiras siempre. Mentiras eran sus elecciones, su reforma agraria y su anticomunismo. Al rememorar en Brasilia la agresión cubana y el eterno Estado de sitio, el dictador emérito contradijo a la británica Isabel Hilton, “Cuba nunca fue problema, estaba muy lejos”. En este relato de la vida real, un joven médico enfrentó a uno de los muchos prepotentes comisarios que aterrorizaban a campesinos agricultores para mejor apalancar el sistema de dominación.

“Zúñiga Bota Puku” es como se lo conocía al comisario Ramón Alfredo Villalba García de Zúñiga. Foto de la cuenta de X del historiador Fabián Chamorro.
“Zúñiga Bota Puku” es como se lo conocía al comisario Ramón Alfredo Villalba García de Zúñiga. Foto de la cuenta de X del historiador Fabián Chamorro.gentileza

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El Dr. Abilio Obregón lo hizo en un cuento corto, titulado Yhú, anotando su experiencia de galeno, recién egresado, en aquella comunidad olvidada, donde los habitantes eran oprimidos por las autoridades y despojados de su tierra ancestral para ser vendida a brasileños con cash flow. Era la segunda reconstrucción en su cotidiana versión, patriotismo bocas para afuera y corrupción para eternizarse :

Corría el año 1975. Me había recibido de médico y dentro del programa Internado Rotatorio estaba incluida la pasantía rural para ir a prestar asistencia médica por 3 meses en el interior. Elegí Yhú, departamento de Caaguazú. No conocía el pueblo, pero era renombrado en el pasado como un lugar donde eran confinados presos políticos que contrariaban al general Stroessner. Ahí, el rubro era de director del Centro de Salud y el salario era un poco más elevado que la de médico de servicios generales. No había otro médico en la zona.

Yhú tenía su historia: el poderoso señor de la localidad era el presidente de la seccional colorada: don Severiano Cardozo, cuyo hermano, Epifanio, coronel, era piloto presidencial. Don Severiano era querido y respetado, presidente vitalicio de la seccional colorada y muy amigo del Presidente. Él tenía una larga historia en el combate a guerrilleros del Movimiento 14 de Mayo.

Estos guerrilleros, huyendo del ejército, incursionaron en el distrito de Yhú y secuestraron al vicepresidente de la seccional, Arsenio Oviedo, cuñado de don Severiano. Este preparó una comisión, conocida como milicianos, integrada por civiles armados, con apoyo del propio ministro del Interior, Edgar L. Ynsfrán. El objetivo era perseguirlos y rescatar al cuñado. Lo encontraron atado a un árbol, muerto a balazos.

De Ynsfrán recibió la información de que los guerrilleros se encontraban en una estancia brasileña, protegidos por militares de ese país. Conocida la ubicación, don Severiano preparó la estrategia. El plan consistía en sobornar a los brasileros apostados en esa región para que colaboren con el operativo. Efectivamente, después de recibir un monto de dinero, los brasileros trasladarían a los remanentes de la guerrilla a otro lugar y en el trayecto entregarlos, evitando así que la masacre incluyera a peones de la estancia.

Luego, el Dr. Obregón describió su papel: Yo vivía tranquilo en aquel pacífico y hospitalario pueblo. Atendía a todos quienes recurrían al hospital, sin intentar siquiera cobrar ningún centavo, sea en horario nocturno o a domicilio. Pero la cosa iba cambiando:

En esa época comenzaba la invasión pacifica de colonos brasileños. La venta de tierras para estos extranjeros se convirtió en un gran negocio para muchos políticos y militares. Los habitantes históricos de esos lugares no tenían títulos de propiedad y quienes ostentaban el poder podían despojarlos de sus derechos consuetudinarios y vender tierras y maderas a un precio que les redituaban muchas ganancias.

La reforma agraria de Stroessner, de hecho, era para dar tierras a brasileños con dinero y no a agricultores paraguayos pobres. Prosigue el Dr. Obregón: Cuando estuve en Yhú, nuevamente se repitió esa persecución, encabezada por el delegado de Gobierno de Caaguazú, un tal Jorge Sebastián Miranda. Allí vivían modestos agricultores paraguayos que heredaron esas tierras de sus padres y estos de sus abuelos, excombatientes en dos grandes guerras para defender ese derecho, hoy avasallado impunemente por estos malditos en el Gobierno.

A la fuerza, la selva virgen fue depredada, vendiéndose la madera. Faltaba desalojar a los verdaderos propietarios, acusándolos falsamente de robar ganado, y así amedrentarlos. Pero el desalojo completo y expulsión debía hacerse en el terreno. Sigue anotando Obregón:

El enviado por el delegado Miranda para dicha misión era un oficial de Policía, conocido como “Zúñiga Bota Puku”, famoso por su salvajismo y prepotencia. Este lacayo se presentó un día en la comisaría local, vestido intimidatoriamente de pantalón kaki con botas largas de color negro, con espuelas, sobresaliendo por el borde externo del lado derecho el mango de un puñal. En la cintura, unos revólveres colgando del cinto, cargado de balas, y otro puñal en la cintura. Usaba camisa de oficial de Policía, mangas largas, sombrero tejano, en la mano derecha un arreador y en la izquierda una escopeta a repetición. La imagen era la de un pendenciero arrogante, no la de un policía merecedor de respeto.

La colisión entre comisario y médico era predecible:

En esos días, llegaban al hospital campesinos paraguayos, pobladores antiguos, de modesta condición social, algunos ancianos y excombatientes del Chaco, con sendas equimosis lineales en sus espaldas, causadas por el látigo criminal del comisario matón. Se me acercaban indefensos, con el rostro marcado por el miedo, a pedirme un diagnóstico con la intención de denunciar el atropello ante un ente llamado, creo, Unión Paraguaya de Veteranos de la Guerra del Chaco, en Asunción.

El comisario matón se enteró de mi trabajo y un día me hizo una invitación-orden, para que fuera a la comisaría, quería conversar conmigo. No fui. No quería que la sociedad de Yhú me asocie con él. Una tarde tuve que pasar caminando delante de la comisaría. Salió a mi encuentro, conminándome en forma imperativa a su despacho. No tuve alternativa y fui.

Me explicó la cantidad de ladrones que había en aquella localidad y que, al hacerles el diagnóstico médico, les estaba entregando un documento que podrían llegar en manos de la prensa para dificultar su trabajo antiabigeato, y que si continuaba otorgándoles el diagnóstico, me consideraría cómplice y protector de bandidos, ladrones y comunistas. “No soy comunista” –le contesté– “solo soy un médico y un colorado que desea honrar al partido y su doctrina”, continué, para luego levantarme y salir de ese apestoso lugar. No intentó retenerme.

La tortura

Era la Pax Stroessneriana, todo crítico tiene que ser ladrón, cómplice o comunista. Y uno debía demostrar que no lo era. El médico se escudó en su coloradismo, pero no impresionó al comisario, a pesar de que eran épocas de partido republicano único. Luego de una fiesta, el doctor se convirtió en reo detenido:

Perdí el equilibrio y caí atontado al suelo arenoso. Me levantaron y continuaron golpeándome con la culata del fusil y rebenque (Teju ruguái). No sentí dolor en la cabeza, pero parecía que cada golpe desprendía chispas. Tantas eran las lucecitas que semejaban a aquella “estrellita” prendida por los niños en Navidad o Año Nuevo. Me golpearon por más de 30 minutos. Luego sentí un caño, presumo era de revólver, en la nuca, y oí la voz del comisario que me decía: “No se mueva, doctor. Ud. es un comunista y le voy a pelar a latigazos”.

Obregón sabía que ser médico local le otorgaba alguna protección. Pero no la suficiente. Al tratarse de negociado de tierras, pidió inútilmente audiencia con Papacito Frutos del IBR. Un civil no enfrentaba a un comisario prepotente. Consiguió que el presidente de seccional lo acompañara en su odisea. Como médico colorado, fue recibido por Adán Godoy Giménez, ministro de Salud. Este enseguida arrugó.

A las 11 de la mañana estábamos en el despacho del ministro de Salud. Nos sorprendió la actitud del Ministro, quien le dijo a don Severiano: “Ud. es amigo personal del Presidente de la República, póngale a su conocimiento, porque estoy muy seguro de que en estos momentos Miranda, el delegado de Gobierno, estará con el ministro del Interior y este ordenará el inmediato apresamiento del doctor. “A Ud., don Severiano, el Presidente le aprecia y le hará más caso que a mí”.

El reino del terror no respetaba directores ni ministros. Don Severiano se puso las pilas y llevó el caso hasta las últimas consecuencias.

Nos despedimos del ministro cobardón y salimos de su despacho. Luego, don Severiano nos dijo: “Déjenme a mi cargo. Conozco muy bien la historia. Le informaré al Presidente. Solo yo iré al Palacio y ustedes pueden retornar”. Volví a Cnel. Oviedo, de allí me llevaron con la ambulancia a Yhú.

El milagro de San Alfredo

El secreto del dictador era hacer creer que él no sabía nada y que, al enterarse, resolvía todo para bien. Era mentira, pero todos fingían que era verdad. Si solo Stroessner supiera…

Al día siguiente, don Severiano me invitó a desayunar y me contó que ya está todo solucionado. Estaba muy contento y comenzó a narrarme lo ocurrido en Palacio. “Llegó el delegado de Gobierno, me saludó y se sentó a esperar a que el Presidente le reciba. Salió el secretario privado, don Mario, quien se acercó y me extendió la mano. Me invitó a pasar a la antecámara, no así al delegado. Este quedó afuera”. Y ¿te recibió?, le pregunte. “Unos minutos después, don Mario me invitó a pasar –continuó–. Le informé al general el motivo de mi visita, lo escuchó atentamente. El delegado Miranda, quien está esperando que le reciba, le dará una información totalmente opuesta, le dije. Y después, le insistí. Cuando terminé de explicarle lo sucedido, hice un ademán de levantarme y el Presidente me tocó la rodilla: no se apure, don Severiano, que Miranda espere, no lo voy a recibir –fue tajante–. Luego se puso de pie y caminó hacia el ventanal cuya vista daba hacia el río, yo me acerqué a su lado, estuvo en silencio y luego me dijo: Les vamos a dar las tierras con el título de propiedad a nuestros compatriotas. Vas a ir junto al ministro Montanaro, que arregle todo eso y que luego me informe. Ellos tienen orden de priorizar a nuestros compatriotas, acotó el Presidente”.

Y luego, continuó, me dirigí a Interior, donde el ministro Montanaro ya me esperaba. Le conté los abusos de su comisario. El Ministro, con cara de pocos amigos, me preguntó qué quería que se haga. “Yo le pido ministro que retire al comisario Zúñiga de Yhú, que le nombre en su remplazo a mi hijo, un subcomisario de carrera; la titulación de las tierras para los agricultores y la suspensión de la persecución a nuestro doctor.” “Y bueno,” me respondió el ministro, “si es una orden del Presidente…,” hizo un gesto de resignación. Me levanté, nos pasamos la mano y me retiré. Al salir del despacho, me encontré con Jorge Sebastián Miranda esperando entrar junto a Montanaro.

Don Severiano sonreía diciéndome: “Y bueno, tu garroteada sirvió para algo, je je je. Alguna vez recordarás y le contarás a tus nietos, quienes no lo creerán, je je je, que te dejaste apalear por una buena causa”. Magistral fin del cuento.

El Dr. Obregón escribió con rabia, sin saber que en realidad estaba retratando al estronismo con todas sus lacras. La venta de tierras del IBR a brasileños con capital no era una aberración de algún delegado o comisario angurriento; era la manera de tener contentos a sus paniaguados militares y políticos vía corrupción. Al recordar a todos que la suma del poder la tenía el único líder, aprovechaba para humillar a sus propios ministros.

El presidente de seccional, impotente para frenar a un simple comisario campaña matón, salía del despacho presidencial con superpoderes. Stroessner le mandó llevar verbalmente la orden a Montanaro, el “poderoso” ministro. Don Severiano aprovechó para pedir la cabeza del “Bota Puku” Zúñiga, y ya que estábamos, para recomendar a un hijo policía en su lugar.

Total, nadie se iba a animar a cuestionarlo. Éramos bien infelices; todos lo sabían. El Dr. Obregón tuvo hasta hoy una distinguida trayectoria médica en Ciudad del Este.

Perfil del comisario

La única foto conocida aparece en el perfil de Facebook de sus familiares. Con el nombre completo del Comisario, Ramón Alfredo Villalba García de Zúñiga, “Bota puku”, la replica el historiador Fabián Chamorro en su cuenta de X. Consultado sobre este represor/torturador, el Dr. Alfredo Boccia Paz contestó por WhatsApp: “En Misiones, a comienzos de los ochenta se lo conocía como ‘Zúñiga’ o ‘Bota Puku’. Yo lo vi en San Juan, cuando hice mi pasantía rural como médico. Alto, con buena presencia, bruto y prepotente. Inspiraba miedo y se contaban historias de torturas a campesinos. Pero, a pesar de que traté de hacerle seguimiento, nunca más supe de él. O se murió o se reconvirtió en un buen hombre”. El Dr. Obregón me dijo que en Misiones tenía fama de obligar a pescadores, a punta de pistola, a comerse sus carnadas crudas y sucias. Falleció el 20 de febrero pasado en Hernandarias, rodeado del cariño de sus familiares (“al mejor tatarabuelo”) y seguramente impune.

Este reportaje contó con la colaboración especial de Mariana Ladaga.

rcaballeroa@gmail.com

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