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Un sentimiento de indefensión fue instalándose en gran parte de la sociedad cubana que observaba los tribunales revolucionarios, los gritos de paredón, un presidio político despiadado y los continuados fusilamientos ratificados y defendidos por Ernesto Guevara en la misma tribuna de Naciones Unidas.
La llamada revolución cubana tiene un historial violento del que jamás se desprenderá porque es parte de su naturaleza. A partir de los tristemente célebres “actos de repudio” de los años 80 se hizo más frecuente el uso de grupos parapoliciales, conocidos como “brigadas de respuesta rápida”, que golpeaban y ejecutaban órdenes con el objetivo de generar e inocular el terror en los ciudadanos.
Estas brigadas de respuesta rápida se han transformado en contenido y acción de acuerdo a las circunstancias y necesidades del régimen. En los años 80 se enfocaron en aquellos cubanos que deseaban abandonar el país, a partir de los 90 la emprendieron contra los defensores de derechos humanos, hasta ir finalmente focalizándose en cualquier opositor o activista.
En la actualidad, estos grupos formados en su mayoría por agentes pagados por el Ministerio del Interior trabajan quirúrgicamente en evitar la propagación de los focos de descontento o de libre pensamiento dentro de la población cubana.
Con la llegada de Hugo Chávez al poder, la influencia de Fidel Castro en Venezuela se hizo visible. Tras los sucesos de abril de 2002, el régimen de La Habana incrementó su influencia en temas de seguridad y la presencia de militares se hizo cada día más notable. Por supuesto, las “brigadas de respuesta rápida” también se exportaron desde Cuba, ahora con el nombre de “milicias bolivarianas” o “colectivos”. Desde entonces se concentraron en armarlos y prepararlos para responder con la violencia y el terror ante posibles reclamos democráticos.
La reacción de estos violentos grupos parapoliciales ante las protestas de los últimos días ha puesto de manifiesto que los “colectivos”, en coordinación con las fuerzas policiales, tienen órdenes de sofocar cualquier protesta mediante el uso desmedido de la violencia. El terror tiene que entrar a ser parte del imaginario venezolano para que funcione a cabalidad el régimen en construcción.
La estrategia chavista ha sido arrancarle espacios a la democracia, fragmentarla, hasta lograr desmontar no solo las instituciones democráticas sino las organizaciones de la sociedad civil. La élite gobernante cubana sabe que un cambio en Venezuela implica una presión enorme en la Isla y con seguridad el fin del castrismo. Sabe que ordenar o impulsar a una represión indiscriminada en Venezuela no tiene consecuencias legales para ellos sino para el régimen de Caracas.
Preferirán una y mil veces aferrarse al petróleo cueste lo que cueste que llegar a una represión masiva en la Isla. Los militares venezolanos deben saber que desde La Habana los llevaran hasta el extremo sin que les tiemble la mano, pero deben comprender, al mismo tiempo, que los códigos del castrismo no son del presente siglo, que en la actualidad pueden resultar muchas veces contraproducentes y en extremo peligrosos.
Lo que ocurre en Venezuela debería lanzar una señal de alarma en el continente porque abre la puerta a una dinámica social de consecuencias impredecibles. Crear e institucionalizar grupos urbanos parapoliciales, que por sostener el poder gozan de prebendas e impunidad, crea un escenario muy complejo en una región donde el Estado de Derecho es un sueño por alcanzar.
En una región donde el crimen organizado, la marginalidad y la pobreza son parte de la realidad, la difusión del método de control social a lo cubano debería mirarse con insistente alerta. La violencia y el cinismo del castrismo todavía pueden hacer mucho daño en América Latina. El patrón cubano es nefasto. De diseminarse, socavaría las todavía débiles democracias latinoamericanas.
Es por ello fundamental el mayor apoyo y solidaridad al esfuerzo de los venezolanos. Allí no solo se está decidiendo el regreso de la democracia y los derechos fundamentales, también se está frenando la instauración de la violencia de Estado mediante el uso de grupos delincuenciales y parapoliciales urbanos como norma en la región. Los que defendemos la democracia tenemos hoy un compromiso con Venezuela.